viernes, 16 de diciembre de 2011

París Insólito

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“Uno podría atravesar París de parte a parte no recorriendo más que calles pintorescas, a condición de saltarse las avenidas y de taparse ojos y oídos en los cruces para dirigir por otro lado el paso de las caravanas, y sin atisbar nunca ninguna curiosidad clasificada, sin necesidad de evocar la historia para animar las viejas piedras y emocionar el corazón de los visitantes mediante recuerdos más o menos artificiales, con emociones de guía Baedeker o Joanne.”





"Allí hay muchas posibilidades de hallar sitios para dormir, un montón de matorrales, habitáculos de arena, protegidos del viento, del frío y de la lluvia, donde me instalo confortablemente. Al otro lado, un hatajo de sombras negras señala un campo de clochards, sacos de patatas sujetos con cuerdas y formando tienda de campaña sin techo entre los que duermen, jaman, escupen, pimplan, monologan cuatro o cinco individuos de sexo indefinido. Su presencia resulta tranquilizadora. Porque en ese lugar quizá poético, pero en cualquier caso siniestro, la vida es a pesar de todo peligrosa. Entre las matas de cizaña se pasean silenciosos vagabundos. Personajes inquietantes que surgen bruscamente en lo alto de la zanja y permanecen inmóviles, dudando en acercarse (¿con qué intenciones? Nunca se sabe de antemano: un atraco pese a la evidente escasez de bienes que puede ofrecer un durmiente solitario sin más equipaje que un morral caótico, juegos eróticos no de homosexuales sino de hombres faltos y obsesos, o simplemente ganas de plática y de soledad en común)."





"Por no hablar de las putas, aquellas que a medianoche, a la una de la mañana, se hartaban de salmodias y balanceos sobre uno y otro pie en la esquina de la calle, sin haber hecho un solo cliente, y acudían a mirar cómo apagábamos las luces y cubríamos con lonas los motores, sus compinches, sus colegas, y cuando lo veían todo negro y no se encontraban con ánimos para volver al curro, cuando un tío les gustaba y les invadía la nostalgia de un coito compartido, lo plantaban todo, nos íbamos de picos pardos y tirábamos la casa por la ventana, nos gastábamos la paga de la semana, ellas la de la víspera, compartiéndolo todo amistosamente, hasta las cuatro o las cinco de la mañana. Recorríamos todos los bistrós, soplábamos como descosidos después de que cerraran los locales, con las cortinas corridas, el dueño invitando a su ronda, discutíamos con los falsos duros, macarras y hampones de pacotilla, camorristas de tres al cuarto, vestidos con ropas chillonas de mariconas, que consentían en beber con nosotros, pero sin familiaridades, los muy gilipollas, porque no nos consideraban gente liberada, como ellos, sino explotados. Nos acostábamos con las mujeres, las hacíamos gozar, se entregaban con fruición, los revolcones se prolongaban hasta bastante después del amanecer, se oían de una a otra piltra, nos hablábamos... Y al día siguiente, con la jeta un tanto macilenta, volvíamos al curro, la parte más puñetera, revisar los motores, asunto en el que yo estaba pez, y limpiar la pista, lo cual hacía con cara de asco."





“Mi aspecto me preserva por fortuna de la ofensiva denominación de intelectual o, lo que es peor, de existencialista, esa palabra deformada hasta la caricatura por una gilipollez evidente que abarca al calificador y al destinatario.”




“Bohemia. Ese término ahora distorsionado que ya no significa nada, pero que entraña demasiados malentendidos, demasiadas maneras de vivir incompatibles, abarca a demasiados individuos heterogéneos, entre ellos vagabundos auténticos que tan sólo aceptan como valor primordial la noción de libertad, noción que debe conservarse a toda costa y utilizarse al máximo, y entre los cuales los innumerables hijos de papá de Saint-Germain-des-Prés que fingen reventar de hambre, romanticismo podrido y putrefacto, deambulando con los pies sucios (¡y no digamos el resto!), demacrados, de ojos pálidos, melena leonina, y se van a las cuatro de la mañana, abandonan el café donde han aguantado toda la noche ante una copa vacía y tras una conversación estéril, caminan trescientos metros y, ya invisibles para los amiguitos, toman un taxi que los devuelve al hogar, al domicilio paterno, donde los esperan un baño caliente y una cama tibia… hijos de puta.”






'París insólito'
Textos de Jean-Paul Clébert y fotografías de Patrice Molinard
[Extractos extraídos de Globedia y Revista de Letras]

Texto de la cubierta del libro: "Colega de Robert Doisneau y vagabundo y errante por vocación, Jean-Paul Clébert convirtió sus paseos por las calles parisinas de los años cincuenta en viajes épicos y conmovedores de los que dejó testimonio en las páginas de 'París Insólito'. La publicación de esta novela aleatoria (como su autor la definió) en la Francia de 1952 fue un éxito que vendió más de 30000 ejemplares y se convirtió en un libro de referencia para autores como Henry Miller o Raymond Queneau.
Más de un año después de la primera edición del libro, Jean-Paul Clébert volvió a los lugares de sus tribulaciones con el fotógrafo Patrice Molinard, que tomó 115 fotografías cuya belleza y crudeza igualan la magia de las palabras de Clébert. El resultado es un objeto literario y visual insólito que se ha convertido desde entonces en un libro de culto.
Inédito hasta ahora en nuestra lengua, 'París Insólito' evoca de forma magistral un tiempo y unas gentes que ya se han ido, a la vez que da cuenta de un Ciudad De La Luz desconocida cuyas huellas se resisten a desaparecer. Un fantástico viaje a la esencia de la vida, una oda a la libertad que no ha perdido un ápice de precisión."



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Pauline Croze & Bertrand Belin·'People are strange' (The Doors)