Quizás Hiroshima explote una noche en la cual mis manos
estarán azules de la nostalgia para volverse amarillas ámbar perfumando
el cielo raso de una habitación con sábanas blancas que se mancharan y
un suelo amaderado donde arrojaremos las ropas con calma pero también
plagados de deseo.
Yo leeré a Sbarra mientras él acariciará mis labios con la
yema de sus dedos incendiando los besos y así perecer los mismos entre
las páginas.
La luna atravesará la ventana sin cristales bendiciendo a los
cuerpos que mutarán a terciopelo o quizás poemas o lápidas de un
cementerio inundado de orquídeas y mariposas negras que quedarán
tatuadas para siempre en la eternidad de los sentimientos amables pero
ante todo ciertos.