Robert Creeley, 1963. Foto: LaVerne Harrell Clark
AUTORRETRATO
Él quiere ser
un viejo cruel,
un viejo hostil,
tan anodino, tan salvaje
como el vacío a su alrededor,
él no quiere compromisos,
ni ser bueno nunca
con nadie. Solamente ruin,
y definitivo en su brutal,
total, rechazo de todo.
Probó lo dulce,
lo amable, el “oh,
dame la mano”
y fue espantoso,
aburrido, brutalmente intrascendente.
Ahora se va a parar
sobre sus propias piernas que declinan.
Sus brazos, su piel,
día a día se arrugan. Y
ama, pero odia por igual.
EL RITMO
Todo es un ritmo,
desde el cerrarse
de una puerta hasta el abrirse
de una ventana.
las estaciones, la luz
del sol, la luna,
los océanos, el crecimiento
de las cosas,
la mente de los hombres,
íntima, que vuelve a ellos
otra vez,
creyendo que el final
no es el final, que vuelve
atrás el tiempo,
ellos muertos pero
con alguien por llegar.
Si estoy muerto en la muerte,
en la vida también
me muero, me muero...
Y las mujeres lloran y se mueren.
Los chicos crecen
hasta ser solo viejos.
El pasto se seca,
la potencia se va.
Pero se encuentra con otra
que vuelve, oh no la mía,
no la mía, y
a su tiempo se muere.
El ritmo que se proyecta
desde sí mismo continúa
doblegándolo todo con su fuerza
de la ventana a la puerta
del techo al piso,
luz al abrirse,
oscuridad al cerrarse.
LOS CAMBIOS
La gente no actúa
en la vida real
como actúa
en la vida real. Son
más lentos
y registran los cambios pasivos
de la atmósfera.
O se convierten
en perros persas verdes
y en pájaros.
Cuando ves a uno
sabes que el mundo es un artilugio.
Que tiene proverbialidad.
Que la gente es pobre.
LOS CARTEROS DESHONESTOS
Agarran todas mis cartas
y las echan al fuego.
Yo veo las llamas, etc.
Pero no me importa, etc.
Queman todo lo que tengo, o lo poco
que tengo. No me importa, etc.
El poema supremo, dirigido al
vacío –Esa es la audacia
que hace falta. Es algo
bastante diferente.
domingo, 5 de julio de 2015
Robert Creely