domingo, 27 de septiembre de 2015

La angustia de Casandra



“Y entonces como tantas flores de fango / irás por esas calles a mendigar.”
Pompas De Jabón, Roberto Goyeneche[1]

Imaginemos que transitamos de madrugada por una ciudad dormida, el silencio de sus calles sólo interrumpido por un murmullo ocasional de pasos, voces y tráfico. Como único estruendo las sirenas que ululan de repente y el ladrido de algún perro sobresaltado o la disputa de dos machos felinos enfebrecidos ante el sollozo de una gata en celo, que se termina solapando a lo lejos con el llanto de un bebé hambriento que proviene de algún dormitorio. La luz eléctrica provoca halos de neblina sutil, esmerados dibujos de sombras artificiales y un tono amarillento que domina sobre el empedrado y las paredes. Pero de pronto se opera el milagro cotidiano: el canto de los pájaros saludando la venida del amanecer, los molestos pitidos de los coches, cancelas de comercios atronan como rayos de tormenta cercana, conversaciones telefónicas, multitud de pisadas aceleradas, vasos y platos y máquinas de café, se vislumbran destellos de un radiante anaranjado que provienen del primer sol y comienzan a alterar nuestras funciones…

Cuando uno se sitúa frente a una representación artística puede ocurrir algo parecido. No siempre se consigue, y las menos veces una obra nos da un pellizco, repentino y tremebundo, de emoción. Debe conectar en algún punto con un sentimiento, ni siquiera por extraño irreconocible. Pero requiere de una pulsión emocional, extravagante ímpetu, sobre todo en nuestras actuales vidas sobre-estimuladas.

Ese trance sensitivo se debe en ocasiones a un trabajo previo de significación con respecto a la pieza artística, otras a un impacto personal. A Enrique Morente, el cantaor, lo vemos en un documental[2] tumbarse frente al Guernica para sentir los lamentos del horror representado por Picasso en la pintura, como si de un objeto sagrado se tratase. Analizado fríamente, eso está únicamente en su imaginación y sentimiento como receptor. Pero, en cualquier caso, la pintura no sólo se ha imbuido de la motivación del autor sino que además requiere entendimiento, por abstracto e intuitivo que este pueda ser. Otras personas pueden pasar delante del objeto sintiendo simple estupor. Está en la psique del que contempla. Esa percepción frente al Arte, además, se puede entrenar con interés o reflexión, por estoico o calculado que eso pueda parecer. Pero no necesariamente sucede así, una persona sin conocimiento previo alguno puede así mismo experimentar ese arrebato. El primer hálito está en la rabia del pincel, la intención del artista, que ha querido escenificar la percepción del sufrimiento provocado por la barbarie humana, en el caso que compete un hecho histórico concreto pero extrapolable a otros. Es por lo tanto un intento de transmisión, un paso más allá de la simple representación. Las personas de tendencia represora, en un intento de sublimar la estupidez grupal haciéndola pasar por lucidez exclusiva, suelen condenar aquel objeto artístico que se aleja de la loa a la belleza o el sentido decorativo, válido todo eso por sí mismo sin necesidad de su defensa. Aunque no lo expresen, con esa actitud escrupulosa están desestimando, suspicaces, el mensaje ajeno y reclamando cierta mezquindad. A ello contribuyen, igualmente, artistas necios que se manejan con recelo y dogmatismo exclusivista cual iluminados, despreciando el cauce de otros afluentes. Todos ellos hacen gala del gen egoísta. Pero consideración de esos vericuetos aparte, el Arte, al igual que la Historia, puede funcionar como despertador de la conciencia. De múltiples maneras, no necesariamente aludiendo a un hecho concreto sino, por ejemplo, apelando al instinto aletargado de abstracción o irreverencia. Incluso invitando a la observación de la poesía cotidiana, a la estimulación de los sentidos y a una apertura de la sensibilidad particular de cada cual. O a través de la fijación, soterrada o explícita, de un estado de ánimo particular que conecte con el que esté más o menos dispuesto. Ahí reside uno de los difíciles misterios de la creación artística, que además está al mismo tiempo en confrontación o armonía con el logro estético.

En 1881 el inventor Clément Ader presentaba en la Exposición Universal de París su “Teatrófono”, un aparato que a través de la línea telefónica habría de llevar el sonido de las fastuosas representaciones teatrales y operísticas, entonces exclusivas de la alta sociedad, a los hogares de clase media. También se podía disfrutar de su sonido estereofónico en cabinas que funcionaban con monedas. Aquel aparato precursor del gramófono y la radio nos serviría para explicar el objeto artístico como medio. Este haría las veces de cable comunicador y amplificador de la intención del artista, un intento de exponer su íntima reflexión o sus vicisitudes. Así el objeto artístico vendría a funcionar como un vehemente diálogo a distancia entre artista y público sin necesidad de explicación personal, una ventana a otras percepciones particulares por peculiares que estas hubieran de ser. Pertenece a nuestra libertad de elección prestar atención, con los medios posibles, a esas propuestas artísticas que nos conmueven, motivan o agitan.

Esto puede tomar otro cariz si lo explicamos a través de la idea de détournement -que se podría traducir en tal caso como tergiversación- de los situacionistas. Esa corriente de pensamiento político-filosófica-artística surgida en 1957, en cierto modo precursora temprana del Punk, acuñó aquel término para aludir al objeto que una vez descontextualizado de su acepción costumbrista propia de la política hegemónica del momento es distorsionado con el propósito de convertirlo finalmente en un instrumento de crítica contra su significación original. Algunos grafiteros, muchos probablemente sin saberlo, andan a vueltas con esta idea subvirtiendo las imágenes icónicas de la cultura popular. Es un ímpetu parecido al que adoptaron, aunque más comercialmente, los artistas Pop o al que dieron rienda suelta, ya desde comienzos del siglo pasado, dadaístas y surrealistas en sus diletantes creaciones. O la Patafísica, corriente cultural que en su afán de contraponer acepciones venía a reivindicar alma para los objetos. Es probable que actualmente mirada y subconsciente estén más receptivos y entrenados para disfrutar de esos juegos para los sentidos y entender lo que entonces para muchos comunes sólo eran disparates. Y esto es así, en parte, gracias a la labor de los artistas para despertar el entendimiento. Cincel, pincel, spray, cámaras y demás herramientas serían de tal modo armas de una maquinaria, infernal para quien tenga empeño en salvaguardar las convenciones. Además la cultura artística permite enfocarse, en una suerte de lucimiento de escaparate de barrio rojo, a personas fuera de la moral imperante. Los artistas se convierten así en locos maravillosos que con su, más o menos virtuosa labor, tienen la capacidad de hacer trucos con la realidad que convierten a esta en un ámbito aún más diverso y tolerante. Hay quien se escandaliza con el precio que algunos de los objetos artísticos adquieren en ese extraño mercado, aunque cabe recordar que a fin de cuentas y para ponerlo de manera sencilla las cosas valen lo que alguien determina y lo que se esté dispuesto a pagar por ellas. Dejando de lado pues el deleite, inversión o beneficio fiscal que pueda suponer para un ámbito básicamente elitista, la necesidad de la Cultura o el Arte en una sociedad surge no solamente de su papel dentro de la oferta de ocio, entretenimiento, reclamo o prestigio sino como motivador de los sentidos o el pensamiento. Forma parte de su patrimonio pero también de su desarrollo.

Tan difícil como hacer censo de lobos es acceder a estadistas, estrategas y especuladores, ese motor oscuro que determina el funcionamiento de una sociedad como si fuera ciencia. Nuestras vidas son así manejadas por rostros muchas veces anónimos o poco conocidos que en reuniones y oficinas dibujan las líneas de nuestras manos. No es difícil suponer lo molesto que podría llegar a ser para algunos de estos burócratas el verdadero triunfo del Arte subversivo, en un duelo ficticio en que el orden pide caos y el caos pide orden. En realidad no deberían preocuparse demasiado; la cultura popular, por pura supervivencia y cuestiones de mercantilismo, está acostumbrada a domesticar las pequeñas rebeliones. Y el paso del tiempo hace el resto. La prohibición, la censura o la falta de medios, eso sí es peligroso para los guardianes de la trivialidad. Tarde o temprano puede corresponder con fortuna a quien lo sufre. Todo aquel que prefiere un transitar propio o distintivo, para sí o para los demás, no debería permitir a la mojigatería que escupe sobre el Arte y la Cultura la posibilidad de robar opciones o identidad. Esto es extensible a cualquiera que quiera evitar el declive de una sociedad.

Casandra era un personaje de la mitología griega que en un encuentro carnal con Apolo recibió el don de predecir el futuro, pero cuando rechazó su amor fue condenada a que nadie hiciera caso a sus profecías debido a lo cual no habría podido evitar que Troya cayera. En la misma mitología Mnemósine, madre de las Musas, era la representación de la memoria. ¿Está el Arte condenado a sufrir la agonía de Casandra? ¿Podemos permitirnos el lujo de renunciar a la idea del papel de Mnemósine? Una sociedad concienciada e inevitablemente, guste o no, evolutiva, no puede despojarse de la posibilidad de disfrutar del Arte y su efecto. Volviendo entonces al Guernica, el Arte está ahí no sólo como experiencia, sino como alerta. Los efectos de sus efluvios, más o menos ácidos, son su poder. Se instala en nuestra memoria sensitiva para avisarnos de los tropiezos y sugerirnos nuevas rutas. Es una manera al fin y al cabo, por paradójico que resulte en este contexto, de que la vida no se quede en las estatuas habituales. Estamos condenados todos a terminar en una carcajada postrera, pues nuestras calaveras siempre ríen. Que esa carcajada forme parte de nuestra existencia es responsabilidad igualmente del papel del Arte. Y es por ello, también, que hay que valorar de algún modo cuando se atreve a borrarnos momentáneamente ese júbilo y nos exige hacer uso de la confusión o la sacudida. Si no prestamos caso a la diversidad de voces es más factible que la sociedad gane en letargo y uniformidad. Los artistas forman parte de ese rumor, a veces molesto, incluso perturbador, pero necesario.

Juan Pedro Salinero, Septiembre 2015.

Fotografía: Narcosis, Juan Pedro Salinero.

1 – Pompas De Jabón (Tango), Goyeneche-Cadícamo 1925 (http://www.todotango.com/musica/tema/63/Pompas-de-jabon/)
2 - El documental referido es ‘Morente. El Barbero de Picasso’, Emilio Ruiz Barrachina, 2011 (http://www.canalsuralacarta.es/television/video/documentales-13-12-2012/36643/127)


Escuchando: Ruth Brown – I Don’t Know (https://www.youtube.com/watch?v=kjD9gQoPx84)
Mirando: Papusza, Joanna Kos-Krauze, Krzysztof Krauze 2013 (http://www.rtve.es/alacarta/videos/dias-de-cine/ddc-papusza-270815/3260327/)
Leyendo: Baronesa Dandy, Reina Dadá, Gloria G. Durán 2013, Editorial Díaz & Pons (http://www.diazpons.es/libros/vita-aesthetica/baronesa-dandy-reina-dada.html)