jueves, 30 de abril de 2015

Lágrimas en la lluvia



"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia."
Blade Runner (Ridley Scott, 1982)


A mí me gustan los lugares donde aún hay casas que tienden su ropa hacia la calle y las aceras se contagian de las músicas de bares y tiendas, y la gente canta y habla alto, y de los patios sale olor a comida, y los tenderos o camareros lo mismo te escuchan la vida que te dan el parte del día en peculiares establecimientos donde los desconocidos se hablan sin necesidad de presentación previa. Y eso que a mí igual me cautiva un cartel artesanal colorido que los letreros más artificiosos y celebro tanto el olor y sonido de las páginas de un libro y la voz humana (serena o desmedida no me importa) como los colores y utilidades de objetos de plástico y gran parte de la chatarrería contemporánea. Pero prefiero, irrenunciablemente, ver sitios donde hay gatos en los tejados y sus ventanas y balcones emiten sonidos del interior, y hay plazas con brindis y besos y risas, y gentes que no se atienen a las consecuencias o quieren de inmediato y te tocan cuando hablan, que de vez en cuando se sientan en la calle y comen cómo y donde le viene en gana y le dan vueltas y patadas al diccionario. Y, por supuesto, los infantes que más quiero son aquellos que siempre dicen lo que no deben. Soy defensor de las insólitas e inesperadas hierbas que crecen espontáneamente en el cemento, también de los despistes y dislates, y de los bocazas bienintencionados y de las sediciones cotidianas. Son mi familia los que se ríen de su sombra o los que tienen costumbre de ponerse en los zapatos ajenos y les incomodan las costuras de los uniformes o quienes te abrazan en lugar de darte la mano y quienes no se andan con rodeos en arranques generosos y lucen con orgullo las heridas y los que se equivocan sin remedio y los que meten la pata hasta el fondo y los que aman la diversidad y se apartan del sendero marcado y los bufones burlones que desprecian con talento los púlpitos de quienes tienen el mal hábito de avasallar, audaces todos de varios pelajes, artistas en este teatro de la vida, cómicos valiosos de la subsistencia.

Y todo aquel que piense que cualquiera de esas manifestaciones merece desprecio, esos sí que me parecen infames. Lo que eso merece, como poco, es el intento de dignificarlo. Y, aquí es a lo que voy, en esa lucha la fotografía para mí cumple una de sus funciones fundamentales, evidencias profanas parciales y subjetivas, distantes de la servidumbre, ineludible en otros tiempos, del sobriamente delirante Arte sacro (que deleites ha dado por otra parte a los sentidos).

Obligado veo pues a continuación mencionar brevemente y a modo de ejemplo práctico, así a bote pronto y sin necesidad de orden concreto, unos pocos trabajos fotográficos que dejaron huella significativa en mi recuerdo emocional, reseña si acaso escasa y a todas luces insuficiente pero sentida :

Anders Petersen era un joven de 23 años nacido en Suecia que un día cualquiera entró en un bar de Hamburgo, dejó su cámara de fotos sobre la mesa, pidió una cerveza y se encaminó hacia el baño. A la vuelta los clientes se pasaban unos a otros la máquina, haciéndose fotos entre ellos. Petersen tomó el timón de aquella sesión improvisada y comenzó a retratar a esa congregación de asiduos en aquel garito. Eso sucedía en 1968 y se prolongó con el inicio de la nueva década, dos años durante los cuales el joven fotógrafo se convirtió en un habitual más. Así surgió un trabajo memorable y un libro de fotografías que aún a día de hoy sigue encontrando su público, el ‘Café Lehmitz’ (que así se llamaba el establecimiento).1  En aquel local, no muy lejos del entonces aún efervescente y golfo barrio rojo de la ciudad, se dispensaba bebida y camaradería a joviales desdichados de todo tipo, a los que Petersen tuvo a bien retratar como si de una congregación de amigos se tratara, evitando en lo posible una mirada incisiva sobre la peculiaridad y el infortunio. Unos pocos años más tarde Tom Waits tuvo el acierto de elegir la fotografía que aparecía en la portada de ese libro como carátula de uno de sus álbumes más memorables, ‘Rain Dogs’ (1985), lo que dio una notoriedad aún más inesperada a aquella reunión de tarambanas buscando consuelo y fraternidad en un garito de Hamburgo. Gracias, Anders Petersen. Si esa serie fotográfica no existiera, habría que inventarla.

Entre 1962 y 1971 el fotógrafo Josef Koudelka recorrió la antigua Checoslovaquia, su lugar de origen, y continuó periplo a través de Rumanía, Hungría, Francia y España, con la determinación de retratar a los gitanos allá donde pudiera. Esa múltiple estirpe de índole particularmente indómita e histórica tendencia y obligación nómada, que hunde sus raíces en India aunque al parecer por confusión su nombre se deba etimológicamente a la zona egipcia (egiptanos), ha sido protagonista en muchas ocasiones del objetivo de los fotógrafos, ávidos de ejercitar su cámara con un linaje disperso, el romaní, que visualmente tiene mucho que ofrecer y que como fenómeno antropológico despierta irremediablemente curiosidad. Pero el trabajo de Koudelka en concreto es considerado como una de las obras maestras del medio y una joya en lo que a libros de fotografía se refiere.2  La espectacular serie dotaba excelsamente, a pesar de la evidente precariedad material de las vidas retratadas, de sentimiento y dignidad a un pueblo continuamente denostado, para quienes entonces andaba más notoriamente extendida la sospecha habitual, reprendidos por norma y herederos aún de la persecución y el atroz exterminio del pasado.

En el verano de 1936 el poeta, escritor y dramaturgo James Agee y el fotógrafo Walker Evans convivieron con tres familias de algodoneros del Sur de Estados Unidos. Por aquel entonces se extendía con toda su furia la Gran Depresión que azotaba al país. Se trataba originalmente de un encargo de la revista Fortune, que finalmente lo rechazaría debido a la insólita descripción tremendamente personal, superlativa, solidaria, incisiva y empática con la que el escritor ensalzaba a sus anfitriones y por ende a todo héroe anónimo cotidiano. Así que finalmente el trabajo vino a conformar un libro, con el irónico título de ‘Elogiemos Ahora a Hombres Famosos’,3  en el que tanto el empeño poético repleto de hipérboles humanistas de Agee como las pretendidamente testimoniales y descriptivas imágenes a modo de inventario de Evans dotaban de una relevancia rendida a esas gentes inmersas en condiciones durísimas y que, a la postre, como los dos adelantados a su tiempo que eran, sentaría de alguna manera sutil pero firme las bases de un periodismo moderno implicado y de autor. Cabe apuntar, para quien lo desconozca, que el notable intelectual fue guionista de ‘La Noche Del Cazador’ y ‘La Reina de África’ (y aunque no se le haga referencia en ningún momento del metraje no me resisto a recordar de paso la existencia de una estupenda película de Clint Eastwood titulada ‘Cazador Blanco Corazón Negro’ dedicada a los singulares días previos al rodaje de esta última). James Agee también fue póstumo premio Pulitzer en 1958 por su novela ‘Una Muerte en Familia’.

Igualmente cabría hacer alusión a muchos otros trabajos y fotógrafos, como la serie sobre esa banda californiana de motoristas con los que el estadounidense y comprometido rebelde con causa Danny Lyon compartió vivencias, o los integrantes de la banda de delincuentes juveniles de Brooklyn que se prestaron a ser retratados por Bruce Davidson, o la inmersión en la cultura de la tribu urbana de los camorristas y vibrantes Teds del británico Chris Steel-Perkins, o el constante homenaje de Milton Rogovin a los miembros de la clase más desfavorecida (arrebatadoramente inspirado en su propósito por la película de Buñuel ‘Los Olvidados’ y de los que también se ocuparon pioneros como Lewis Hine o Jacob Riis), o la mirada radical sobre los márgenes de la sociedad de Miron Zownir, o las estampas mejicanas intencionadamente políticas de Tina Modotti, o los maravillosos retratos con decidida e inusitada sensibilidad poética de Graciela Itúrbide, o el recorrido que llevó a cabo el renombrado retratista de moda y celebridades Richard Avedon por el Oeste estadounidense perpetuando con una sábana blanca como único fondo improvisado a las gentes más humildes y peculiares de aquellas tierras, desconocidos a los que luego elevaría a la altura de iconos con sus enormes reproducciones fotográficas expuestas en los principales espacios museísticos de todo el mundo, o la lírica de la cotidianeidad que la magnífica fotógrafa Helen Levitt fijaba en sus negativos llenos de vida… Y tantos, tantos, tantos otros.

Pero de momento nos vamos retirando para no hacer esta historia muy larga. Habrá tiempo en otro momento, espero, de hacer hincapié en aspectos diversos relacionados con lo aquí reseñado.

Así que sólo me cabe decir, por ahora, que a medida que se prenden las llamas de pequeños incendios como resultado del desengaño generalizado y surgen leves propuestas para acabar con las coartadas de tanta enquistada frustración y derrota, resultado de la impunidad del saqueo continuado y la mala gestión de unas pocas gentes sin escrúpulos o intereses desbarrados y, por otro lado, percibo riesgo en el hecho de que van ensanchándose las vías para que cinismo, manipulación, censura y moralismo barato puedan ir campando a sus anchas y todo el bullicio, picardía y provocación que adoro se vaya perdiendo en detrimento de unas vivencias asépticas y con pocos matices, vigiladas y auto-exhibidas en reclusos medios de usar y tirar, espero que al menos los testimonios documentales que me importan no se diluyan en tiempos cercanos. Es mi deseo y elección entorpecer en lo posible la eficacia del óxido del olvido y a la vez presenciar con deleite o revés las transformaciones, apretando yo mismo el botón con el dedo que señala (el dedo en la llaga) o difundiendo con las herramientas posibles las intenciones latentes en la labor de testigos que me importan.

Juan Pedro Salinero, Abril 2015
http://www.juanpedrosalinero.com

1. http://www.anderspetersen.se/cafe-lehmitz-4/
2. http://www.magnumphotos.com/C.aspx?VP3=SearchResult&ALID=2TYRYD1KHF54
3. http://www.planetadelibros.com/elogiemos-ahora-a-hombres-famosos-libro-6146.html

Fotografía: Solar (local en desuso en Sevilla), de Juan Pedro Salinero

Escuchando: Billie Holiday – Don’t Explain (https://www.youtube.com/watch?v=lo-EjBgnTOA)
Mirando: Rufufú (Mario Monicelli, 1958) (http://www.acontracorrientefilms.com/pelicula/390/rufufu/)
Leyendo: Ilya Ehrenburg – Julio Jurenito (http://www.capitanswing.com/catalogo.php/julio-jurenito)