CHICOS TRAVIESOS EN BERLIN
David Bowie, Iggy Pop y las cosas terribles que una audiencia puede conseguir que hagas
Chris Hodenfield | Rolling Stone | 04 de octubre 1979
Berlín es un esqueleto, que duele en el frío; es mi propio esqueleto dolorido.
Christopher Isherwood
David Bowie se trasladó a Berlín por ser un mundo lo más alejado posible de Los Ángeles. En Hollywood había dado con la gente equivocada. Viviendo a base de estimulantes de todas las variedades, coqueteando con ideas de poder, ascensión, dictadura - esas figuritas gloriosas que nos pueden parecer extrañas a tí y a mí, pero que parecían cómicas para alguien que había probado la histeria de la multitud desde el lado de la suerte de las candilejas.
Había llegado a ser un grande de la escena.
En Berlín, una ciudad que habían visitado ya otros artistas notorios, se puso humilde. El Rocanrol ya no era un vehículo para llegar al trono. Pero era una vida. En cualquier caso parece que allí iba a iniciar una carrera en el cine.
Jim Osterberg se trasladó a Berlín en torno al mismo tiempo que Bowie, la primavera de 1976. Con otros nombres suyos, como Iggy Stooge o Iggy Pop, originó una década antes desde Michigan lo que más tarde se conoció como la actitud punk-rock: música maníaca hirviendo en una pose funeraria. Tenía el rostro delgado, cara de sospechoso matón joven americano, y la pose no siempre estuvo de moda. Él también se encontró viviendo en la costa, y en Los Ángeles se había vuelto un sol en descenso. Paseando su rutina de yonqui por ahí, se convirtió en una persona de la calle, un vagabundo, cayendo muerto donde podía. Al final ingresó voluntariamente en el Hospital UCLA.
Su único visitante regular fue David Bowie. Le dijo que si se rehabilitaba podría unirse a la gira de Station To Station. Así que se activó y se unió a la compañía de aquel tour. Empezó otra vida en Berlín.
Poco después Bowie hizo entrar a Iggy en un estudio de grabación con vistas al Muro de Berlín y produjo El Idiota (1977), un álbum triste pero brillante si lo puedes tolerar. Bowie - considerado por sus seguidores probablemente como algún tipo de especimen raro y peligroso - debía parecer refinado y fiable junto al peligro auténtico de Iggy. El poder de Iggy y la maldición de Iggy es que siempre ha vivido según su criterio, a diferencia de aquellos que hacen de la impostura toda una producción, Alice Cooper, Kiss... o Bowie.
La primera vez que ví a Iggy fue en 1969, en un pabellón al aire libre en la ciudad de Nueva York y, mientras la brisa caliente de verano soplaba a través del escenario y esa música contundente trastornada nos golpeaba, se arañó el pecho hasta que sangró. Se arrojó de cabeza al público. Arrastró a todo el mundo a través del infierno. Era teatro espontáneo, no calculado. La basura desparramada en un escenario.
Inspiró en mí la crítica más dura que he escrito. Lo que se hizo en el pecho, yo le hice a su actuación. Se quedó lívido con aquello y pidió mi cabeza en una bandeja.
Volando hacia Berlín ocho años más tarde junto a su representante, Tim De Witt, no podía evitar pensar que cualquier otro comité de bienvenida sería preferible a Iggy Pop. Pero allí estaba esperando en el aeropuerto Tegl, lo mismo que hacía, en algún lugar de la metrópoli, su amigo David Bowie. Sin embargo, mientras que Iggy estaba luchando y abriendo su camino hacia una vida digna, Bowie se bañaba en las luces del Klieg, pues había sido contratado para una película, una película sobre la época de Berlín llamada 'Just a Gigolo'.
Iggy estaba temblando en la noche nevada, no llevaba más que una chaqueta de cuero negro y unos pantalones vaqueros. Todavía tenía esa cara delgada, peligrosa, pero ahora asomaba frecuentemente una gran sonrisa con hoyuelos, que de repente aparecía e inundaba toda su cara. Su novia, Esther, era casi un remedo físico de él. Una estadounidense, hija de un diplomático, tenía una delgadez famélica, una tez incolora de habitación cerrada que se mostraba aún más pálida con su cabello tintado de negro. Podrías decir que sus sonrisas eran descaradas; incluso se podría hablar de unos ojos perplejos.
Esther conducía el Volkswagen por Berlín, mientras Iggy hacía de guía turístico. "Ahí está el palacio de Charlottenburg. El emperador lo utilizaba para cultivar patatas en el jardín."
Pasamos por la prisión Spandau, que alberga a un solo prisionero, Rudolf Hess, ex ministro de Hitler, ahora con unos ochenta y cinco años, mala circulación, visión borrosa y una cadena perpetua. Aún así, la prisión es toda para él, así que vive en un monumento, y un inmenso monumento que es.
"¿Te das cuenta de lo tóxico que es este aire?" Iggy pregunta, dándose la vuelta mientras comía. "Es una cosa a tener en cuenta, el Luft Berlín. Estamos o demasiado lejos de Polonia o llega aire de las llanuras de Ucrania. Me gusta caminar por ahí. Cuando recién llegué aquí, sólo paseaba y paseaba. No pensaba en nada, sólo hablaba conmigo mismo."
Tiene que tener cierto romanticismo vivir en una ciudad tan al límite como esta, una isla, casi como un bosquejo de historieta del capitalismo, rodeada por la Alemania del Este. Una ciudad perpleja, amenazada con ser invadida, una ciudad que había visto toda guerra perdida desde 1871. La mayor parte de los espléndidos edificios antiguos de la ciudad habían sido bombardeados. Desaparecidas las balaustradas imperiales, las líneas de la Bauhaus, reemplazadas por el poco brillo de viviendas de hormigón prefabricado, ventanas sin marcos, planos urbanos sin sentido, apartamentos carcelarios. Iggy vivía en uno de esos recintos, en un apartamento calentado con estufa. Tenía un piano, pero no lo había afinado todavía, porque le gustaba su "sonido a lo Hoagy Carmichael."
Mientras nos llevaba por las calles, señaló un piano-bar, donde una vez le invitaron a subir al escenario y dio un recital de una media hora de canciones de Frank Sinatra. "Volví otra vez después", dice con una sonrisa. "Estaba borracho como una cuba, y empecé a hacer lo mío. Alguien se acercó a decirme algo, pero era mi escenario. Estoy cantando." Para ilustrar esto borra la alegría de su rostro y la sustituye por una mirada asesina. Es un gesto desarmante, a menudo sucede sin aviso ni motivo. Los labios se tensan y sólo parece interesarle la venganza. Su historia podría estar llena de primavera, pero su expresión denota delincuencia.
Llegamos a nuestro destino. La acera parece tornarse oscura, como una bacanal tétrica. Matones siniestros afuera de un local de rock con fachada de vidrio llamado Das Treibhaus - "La Casa Caliente".
"Berlín es un gran refugio de insumisos de toda Europa."
Iggy Pop
"¿Quieres comprar algo de droga?" Iggy dice a nadie en particular. Hunde las manos en los bolsillos. "Podemos verles vender droga. Algo de vida salvaje por estos lares. Los persas tienen tendencia a pelear. Los vi una vez coger sus tacos de billar y abrir... huchas. Nadie hace nada. Dejé de ir allí entonces. Es casi cómico. Berlín es un gran refugio de insumisos, de toda Europa."
Miro en el interior. Música oscura en la pista de baile. La gente bailaba como si estuvieran sacudiéndose los piojos del pelo. Nadie estaba vestido a la moda. Y nadie bailaba en parejas. Una barra rodea la pista de baile. Las mujeres permanecen solas.
Al lado, más pequeño y más sombrío, hay un garito de punk-rock. La música, aún más fuerte, es ese tipo de material habitual, abrasador y ansioso. Sólo un hombre bailaba, y era como si estuviera al mismo tiempo matando mosquitos y quitándose mierda de sus zapatos. Nadie tenía una bebida en la mano.
Pero Iggy se dirigía escaleras arriba a un lugar aún más depravado. Los sórdidos humores de Berlín nos habían llevado hasta allí, a una bolera en un callejón. No parecía muy diferente de cualquier Bowlarama de los suburbios de Ypsilanti, Michigan, la ciudad natal de Iggy. Mientras atábamos los cordones de nuestros zapatos de dos tonos para jugar a los bolos, Iggy decía: "Siempre quise venir a Alemania, incluso desde niño. Leía todo lo que encontraba sobre esto. Siempre supe que quería venir aquí, lo mismo que por ejemplo algunos siempre saben... que les gusta vestirse con ropa de mujer."
DAVID BOWIE es un tipo elegante, angular, ordenado y preciso, una mano en el bolsillo, una delgada sonrisa de reptil, y un repertorio de poses negligentes de lagarto de salón con su cigarrillo. Allí estaba en la pista de baile, con la sonrisa de un hombre mirando un carguero desaparecer en la niebla.
'Just A Gigolo' está ambientada en el periodo de 1918-1928, la depresión de posguerra que dio origen al nazismo. El director David Hemmings lo llama una historia de prostitución. Todo se convirtió en una especie de prostíbulo, y Bowie interpreta al oficial prusiano que termina ejerciendo de gigoló, una pareja de baile para las señoras a la hora del té que quizá tenía otros favores que vender, además de bailar.
La réplica la da una semi-señora interpretada por Marlene Dietrich, en su primera película desde 'Vencedores O Vencidos' (1961). Fue una elección arriesgada, porque todos asociamos a una joven Marlene con Berlín: empezó aquí como cantante de cabaret e interpretó a una en la película de 1930, El Ángel Azul, que le valió un billete a Hollywood. Dado que no quería tener nada que ver con Berlín a día de hoy, no iba a salir de París, donde está escribiendo sus memorias. Los productores han tenido que construir una réplica del Bar Edén en París. Dos días de actuación que según las informaciones le han reportado 250.000 dólares.
El plató del Bar Edén está arriba de un refugio sentimental llamado el Café Wien. En la planta baja hay una pista de baile de color rojo oscuro, rodeada de mesas iluminadas de color ámbar. Cada una tenía un teléfono para llamar a las otras mesas. Fritz, tal como en los viejos tiempos.
Ahí, los extras vestidos con trajes de etiqueta y sedas bailan al son de los graznidos de una banda. Bowie va a bailar un tango con una mujer con muchas curvas, una caricatura de mujer a lo George Grosz, vigorosa y con la boca untuosa. Ella desplaza su figura desgarbada a un lado y otro de la pista de baile. Sus ojos, como mandan los cánones, permanecen rígidamente impasibles. No hay más emoción en ese beso que en una serpiente de cascabel. Una cara sorprendentemente simétrica, destaca como en una fotografía color sepia. Él sabe que la frialdad impasible es un activo y, con su cálculo habitual, mantiene una quietud cerosa, como un famoso cadáver que todo el mundo ha venido a ver.
El director Hemmings, que también actúa en algunas escenas, debate con su camarógrafo. La gran viuda enfría sus talones en una esquina. Un extra se cuela en el set de la banda, acomoda la cola de su traje y se sienta al piano. El blues de los bajos fondos fluctúa y acapara la atención de la habitación. Incluso la cara morada de Hemmings le dedica un vistazo. Un extra adicional lleno de granos con una camisa de almidón se sienta a la batería y le complementa con un chasquido discreto. Bowie observa todo esto con su peso sobre una pierna, y la otra pierna extendida como un remo desechado.
Cuando termina su cigarrillo, se sienta en una silla de la banda y extrae el mustio saxofón de su soporte. Deliberadamente, prueba la lengüeta , y espera. El pianista, que había estado probando todo tipo de escalas y adornos, va reduciendo poco a poco a una sola línea de melodía básica y mira a Bowie con expectación. Bowie simplemente se sienta allí, inquieto, humedeciendo la lengüeta. La conversación se desacelera, y las caras asoman por encima de los hombros. Por último, emite una serie de pitidos que no dan demasiada vida a la melodía. El pianista, que se mostró confiado, ahora estaba preocupado. Bowie espera otro poco antes de lanzarse a por otro bocado.
Un extra con sombrero alto permanece sentado, despreocupado, en una mesa de la esquina, los dedos en un cigarrillo. Alto, erguido, con el pelo plateado peinado hacia atrás, tiene una expresión de cansina arrogancia, examinando la heterogénea reunión. Parece la clase de caballero que por lo general frecuenta el Café Wien, un hombre revisitando sus tiempos. Su ojo izquierdo parecía triste, y su ojo derecho parecía furioso. Parece fácil creer que una vez fue un orgulloso oficial, ahora reducido a estas circunstancias.
Cincuenta años de ropa sucia. Artur Vogdt ha sido portero de hotel en Berlín durante muchos regímenes, y sabe dónde está enterrado el pasado de cada uno. Ahora dirige el Hotel Continental en la calle principal de Berlín, el Kurfürstendamm. En los años veinte era una casa propiedad de una rica familia judía. Y ahora, después de subir un tramo de escaleras bobinado, encuentras a Artur regentando la recepción, dispuesto a contar historias. Conocía a cierta actriz cuando era la puta de Budapest, afirmando que él había trabajado para Joe Kennedy. Un ávido coleccionista de arte, también conocía los gustos de un centenar de artistas y poetas que, en algún momento u otro, se dejaron caer por el Continental.
Ahora que por fin estaba delante de un verdadero gigoló, Artur me iba sacando su colección de recuerdos de Café de sociedad. Hojeé. Postales del Rokokosaal Casanova. Matones con los sombreros calados a un lado en un estilo casi cincelado. Chicas modernas con las medias de seda y pelo corto, sin importarles un comino que se les vean las ligas.
De una pequeña grabadora sale el llanto estridente, agridulce, de un violinista gitano. A Artur le traiciona un tic nervioso.
"No los llamaban gigolós", dice. "Eran eintanzers, ¿sabes?. Fue después de esa canción 'Shöner Gigolo, Armer Gigolo' [en Estados Unidos 'Just a Gigolo'] que salió lo de "gigoló". Otra cosa, no eran ex-soldados, eran en su mayoría egipcios, algunos persas."
Las imágenes mostraban hombres lacados, lánguidos. ¿Era influencia de [Rodolfo] Valentino?
"Sí, tienes razón. Por supuesto. Al cien por ciento. Había tres pistas de carreras en Berlín en ese momento. Y tanta elegancia. Eso no se ve más. Los gigolós irían a la pista. Los eintanzers conducirían sus grandes Chrysler, ya sabes, con un gran asiento trasero. Una mujer pagaría el coche, otra el apartamento. Durante el baile arreglarían una cita para esa noche, ¿entiendes?"
Guiña lascivamente. "Todavía sé muchos de sus nombres de pila."
Asiente al ritmo de la música irónica. "Eso es un Boulanger, gitano. Cada vez que me siento triste, me pongo esto, y funciona de inmediato". Sus manos se animan y aparece una sonrisa. Pero era una cara que había visto demasiado daño, así que era sólo una mueca. "Una de las canciones que le he sugerido a David Hemmings para la película es Tango Nocturne. Era muy famosa en los años veinte. Hay muchas cosas que están mal en esta película. Incluso Sydne Rome [la amante de Bowie en la película], luce muy bella - pero es más de los años cincuenta que de los veinte." Mete la mano bajo el mostrador para darme mi llave.
"Los berlineses han perdido la sonrisa. Es trágico. Se olvidaron de la sonrisa. Los jóvenes beben y beben, ven sus televisores, consiguen tanta cerveza y brandy y se lo llevan a casa a ver la televisión. Incluso David Bowie sabe más acerca de arte expresionista que el noventa por ciento de los jóvenes aquí."
Artur da las buenas noches. El lamento del Boulanger se desliza a través de los pasillos.
Afuera de un viejo bar de travestis, el Lützower Lampe, en un remolque que hace las veces de vestidor, David Bowie se sienta y mira las fotos. Su bicicleta está en el remolque, también. Un casete reproduce las cuatro estaciones de Vivaldi. Hubo una vez, después de que abandonara la escuela secundaria, en que trabajó como artista comercial en una agencia de publicidad. En su álbum de fotos hay instantáneas de sus pinturas recientes y grabados en madera. La mayoría son mensajes aulladores, brillantes, que recuerdan al expresionismo de los años veinte. Una habitación con una mesa. Hay un sorprendente grabado en madera de una bailarina argentina.
"¿Te las he mostrado?" dijo, retrocediendo. "Nunca la tuve, pero creo que podría estar recuperando la confianza de nuevo. Eso es un autorretrato," dice, mostrando una foto con una especie de cabeza de serpiente. "Ese es Iggy, sin sus gafas de profesor. Esa es su pose de Sólo quiero que me tomen en serio". Iggy, con el pelo a los lados, tiene una mirada triste, visto de arriba-hacia-abajo.
Otro autorretrato, esta vez con ojos voraces y una cara de pánico. ¡El dolor del actor! Luego un retrato de un hombre con extremidades infantiles anudadas como viejos tallos de maíz seco, las manos como palas, expresiones severas. Aún más severa era una pintura de Yukio Mishima, el autor japonés, con unos ojos enormes, de almendra. Un bosquejo de un hombre mirando en la distancia. "Ese era un camarero. Construyó su bar justo al lado del Muro. Sus padres viven en el lado oriental y esa es la forma en que se sentaba, mirando por la ventana hacia el Este."
Cerró el libro, se ajustó el abrigo y quitó su bicicleta del camino. Su transporte de invierno.
El día de rodaje estaba casi terminado. "Voy a volver a mi habitación para ver una hora de tele - ver las noticias, ya sabes, e irme a dormir." Sonriendo, muestra sus colmillos. "Tengo esa costumbre últimamente."
Berlín parece una ciudad que sigue pagando por sus pecados. Pero cruzas el Muro y entras al Berlín Oriental y se ven los agujeros de bala y las ventanas carbonizadas. Hay un inmenso campo de ladrillo machacado, donde una vez estuvo una de las mayores estaciones de tren de Europa. Berlín Este no está llena de salones y luces de neón amarillas que parpadean LOWENBRAU toda la noche. No se ve esa devoción al estilo y la frivolidad, y hay pocas caras relajadas con disipación. Pero en los peatones de Berlín Este se ven las caras frías, angulares, de Ucrania. En los nuevos, ya desmoronados edificios de apartamentos, levantados en momentos de pobreza, las antenas de televisión ilegales cuelgan de las ventanas. Los parques infantiles parecen carreras de obstáculos del ejército. piscinas cubiertas y gimnasios proliferan por todas partes.
En el puesto de control americano, los entrenados guardias todavía pasan espejos debajo de los coches para encontrar fugitivos. Estaba contento al volver al Oeste de Berlín, pero no por demasiado rato, tengo la misma sensación triste de nuevo. El Oeste de Berlin me recuerda a una vieja viuda en un salón desvencijado, que te enseña fotos de cuando era joven y te pide que no abras las cortinas.
"¿Te imaginas levantar un muro en la Quinta Avenida," David Hemmings dijo, "a sabiendas de que los neoyorquinos son los neoyorquinos, y sin embargo declarando repentinamente que la isla de Manhattan Este será comunista y el Oeste será capitalista? No podrías imaginar que Nueva York, después de quince años, podría tener un entorno cultural completamente diferente a ambos lados de la línea divisoria. Simplemente es una muestra, en un sentido, de lo maleable que es la naturaleza humana. Esa pared es del grueso de las culturas. Podrían ser 600 años de espesor. Me parece increíble que haya sucedido en un tiempo tan corto. en menos de una generación."
David Hemmings se sienta en el restaurante Istanbul. Mira al camarero y dice, antes de pedir el primero de muchos whiskies dobles, "Creo que voy a pedir sesos empanados, porque eso es lo que siento que tengo."
Su cara estaba hinchada. De vez en cuando un reflejo de cuando era flaco, ese rostro decidido que habíamos visto en 1966 cuando interpretó al fotógrafo de 'Blow Up'. Fue un alivio, sin embargo, no ver la maldad que tan a menudo sus papeles exigían sino más bien la energía y el encanto del director en el set. Primero se le ofreció aparecer en la película como actor, pero usó sus considerables poderes de persuasión para ocupar él mismo la silla del director.
La comida turca llegó a la mesa a montones. He observado que, con Bowie y Kim Novak (una dama de sociedad que seduce a Bowie en la película), al menos tenía a dos actores fotogénicos con los que trabajar.
La voz de Hemmings, acelerada incluso en la oscuridad, de repente se vuelve tormenta. "Kim tiene una cualidad esencial que comparte con Bowie: la cámara los adora."
"En esta película David ha hecho cosas que sé que no son su mejor cualidad. Pero la cámara dice, no, David es realmente mucho mejor de lo que pensabas. Tal vez ser un artista, entender al público, y conocer al público, y saber sobre la proyección de la personalidad ... incluso eso no es algo que alguien alguna vez se sentó a enseñarle."
El público se siente atraído por una cierta quietud, una mirada distraída en los ojos.
Hemmings termina su whisky y lo deja con autoridad. "Había una vez una teoría acerca de los actores, que todo iba bien si no parpadeabas - Muchos actores. Olivier, Brando, De Niro, Newman, Redford - puedes verlos una y otra vez en la pantalla y nunca los verás parpadear. Hay otras teorías. Si eres miope y no usas las gafas, eso te da un tremendo aire de concentración, porque no puedes ver más allá de tu nariz. Creo que ese era el secreto de Vanessa Redgrave."
"No creo ninguna de esas teorías."
Entender al público... sabiendo la proyección de su personalidad. En algún momento, Bowie había aprendido todo eso.
Al igual que Cher, él sabe que a su público le gusta mirar algo. Con su altura, la rigidez del cuello y su palidez. El conjunto de los hombros, la forma de su cuello, revela una nueva disciplina física. Es algo digno de ver. No podría decirte si él es consciente, o cuando no lo es, de la proyección de su personalidad.
Bowie baja por el hueco de la escalera del Cafe Wien a las rojas, artificialmente pecaminosas, paredes satinadas del salón de baile principal. El traje de hoy es de lana vieja. Se sienta en una mesa y observa a la camarera de mejillas sonrosadas como si fuera una persona de confianza. "Ya sé lo que me gustaría," dijo alegremente en un alemán chapurreado. "Carne y huevos y patatas fritas y un vaso de leche."
Recordé que Bowie fue una vez mimo en la Compañía de Lindsay Kemp.
"Sí, lo fuí. Todavía hay una gran cantidad de Buster Keaton en todo lo que hago." Se ríe infantilmente, como si fuera a restarle elegancia.
Keaton, de entre todos los cómicos del cine mudo, no hizo uso de contorsiones faciales. Keaton fue muy físico, pero mantuvo una gran cara petrificada sobre la que no se podía leer nada.
"He estado rebajando la actuación enormemente, lo que me encanta. Mi mayor temor es exagerar, porque, al no tener mucha experiencia en la actuación, eso es exactamente lo que se espera que haría."
El acento de Bowie mantiene algo de la frescura regulada del acento de clase alta británica, pero en ocasiones se filtra su pasado en Brixton.
Le pregunté sobre cómo entrar en las circunstancias correctas "psicológicas" para una escena.
"Bueno, Victor Mature dijo una vez, cuando se le indicó qué pensar para una escena emocional, "Mira, tengo tres expresiones, tres miradas. Miro a la derecha, miro a la izquierda y miro al medio. ¿Cuál de ellas quieren? Eso parece lo mío. No me sentiría muy bien haciendo la parte emocional. Incluso cuando escribo canciones, a veces, voy a ver lo que he escrito y me digo, "Eso suena un poco blando. Y termino quitándolo."
Claro, dije. Sacar lo de "amor" y poner "ardor".
"Sí," estoy de acuerdo. "Incluso ahí, 'Ardo.' Ahora, eso dice algo."
¿Pero escuchas música emocional?
"Sí claro, todo lo contrario en ese sentido. Me gusta la música emocional de Vivaldi, Edith Piaf, la mejor cantante ardiente de todos los tiempos. Lotte Lenya, aunque con Lotte Lenya existe ese otro lado, el lado Kurt Weill - la cacofonía que apela al intelecto. A menudo lo que me gusta es hacer música muy emotiva y poner ese otro tipo de letra que logre una tercera cosa, un factor desconocido. Ahí volvemos de nuevo a lo de 'ardor' por 'amor'.
La camarera aparece con su carne, enterrada en huevos fritos y una montaña de patatas. Arregla su servilleta en su regazo.
"¿Has pedido ensalada? Bueno, hay dos conjuntos de cuchillos y tenedores así que si gustas..."
Yo estaba interesado en cómo se movía de un medio a otro, de la música a las películas. Incluso en el set, entre tomas, estaba haciendo grabados en madera.
Esta película, al parecer, era más para rehacer su imagen que para hacer dinero. Tenía giras mundiales programadas para hacer dinero, y admitió abiertamente que para eso eran. El dinero financiaría producciones futuras, incluso él mismo dirigiendo. "Porque debo tener el control", dijo.
Masticó eso durante un momento.
"He encontrado, finalmente, después de haber buscado algún tiempo, una especie de premisa en la música. Una serie de ideas filosóficas que puedo llamar herramientas. Una vez que tienes esas premisas, y esas herramientas, a continuación, puedes moverte, en mi opinión, a cualquier otra área de lo que se llama las artes. Cuando pueda hacer películas como director, también voy a usar esas herramientas ".
Clava una patata frita con su tenedor, la moja en la yema del huevo. "Te sirven raciones gigantescas en Alemania y América. Nunca puedo acabarlas."
Me estaba preguntando cuántos de esos extras de cine con cabellos de plata arriba en el set fueron alguna vez de verdad oficiales del ejército.
"Todos quieren salir en las películas. No, no, no, no lo entiendes. Aquí todo el mundo refugió a Judios en sus áticos. Si se les pregunta miraban por encima del hombro para ver si la costa estaba despejada, y después hablaban entre dientes con acento alemán. Pero las familias refugiaban Judios en el ático. Todo el mundo, todas las personas de edad que he conocido aquí eran socialistas. O comunistas: "Tiene que entender que en la calle estabamos luchando todo el tiempo." Lo cual es cierto, es por eso que Hitler puso su pulgar sobre la ciudad y decidió sentar base aquí, ya que este era el punto más problemático. Siempre había una gran facción comunista."
"Una cosa acerca de los berlineses, el resto de Alemania no puede soportar a los berlineses. Y los berlineses miran por encima del hombro al resto de Alemania. En lo que a ellos respecta, tienen un ingenio mucho más fuerte, muy cáustico, cínico. Es como Nueva York o Londres. Gran ingenio de ciudad."
"Son muy materia-de-hecho sobre las celebridades, música, tendencias, lo que sea. Esto hace que sea un lugar muy bueno para alguien como yo para vivir, porque puedo ser muy anónimo. Nunca me paran aquí. No parecen particularmente contentos de ver una cara famosa."
¿Así que era difícil en Los Ángeles?
"Oh." Cierra los ojos abnegado. "La ciudad que menos me gusta, me temo. Realmente la detesto a morir. Estoy seguro de que era porque yo estaba involucrado solamente con un círculo de personas, y mi marco de referencia era muy, muy limitado. Fue en parte mi propia culpa. Pero no encontré manera de conocer otros lados de L.A. Era una tienda cerrada para mí, así que me involucré por completo con gente tóxica ".
Corta un trozo de la clara de huevo y la mastica con dedicación. "Me metí en muchos problemas. Tenía que salir de ahí."
Existe la posibilidad de que hagas una película sobre el pintor expresionista vienés, Egon Schiele.
"Clive Donner me enseñó un guión y dijo que sería interesante que yo participara. Dibujó los supuestos paralelos inevitables entre nuestras vidas... la polémica y todo eso. Esa sería la tercera película que he elegido, pero para las tres antes habré tenido que rechazar tres billones en las que aparecería con piel verde y cuernos saliéndome de la cabeza y tocando la guitarra y aterrizando en la tierra para guiar a todos los niños a la libertad y la paz". Ofrece una sonrisa trastocada. "O matarlos a todos."
"Después de la película de Nic [el Nicolas Roeg de la película de 1976 'The Man Who Fell To Earth'], 'Stranger In a Strange Land' ocupó su cabeza, que es una película que estuve a punto de hacer desde que fue propuesta por primera vez a principios de los años setenta. Sólo que no quería verme atrapado en esa red y terminar interpretando siempre a un extraterrestre. Hacer de extraterrestre en la carretera durante un par de años fue divertido, pero se vuelve siniestro cuando la gente empieza a robarte tu vida real. Recibir ciertas cosas por correo no es lo mejor que te puede pasar. La gente te habla en lenguaje inventado y te envían cartas raras y dicen que están en contacto con las fuerzas y esperan que uno actúe como un marciano...
La relación de un artista con su público es una cosa divertida, dije. Empiezas a significar algo para la gente.
"Estoy en una posición curiosa. No sé lo que significo para la gente porque cambio de roles de manera tan drástica y tan a menudo. Debo confundir un montón a mucha gente."
Una vez más, se ríe infantilmente. Fue tan inesperado, esa reacción genial de su perplejidad. Se podría, en palabras de Nietzsche, comenzar a desconfiar de la gente inteligente cuando aparece la vergüenza.
"No soy un buen ejemplo a seguir, porque uno no puede cambiar la identidad así como así en la vida real, todo el tiempo, cada pocos meses." Se lo estaba tomando en serio. "La mayor parte de los héroes del celuloide o del rock and roll tienen una cualidad identificable que la gente puede mantener a raya y decir: Eso es, con eso me identifico. Lo acepto o no lo acepto."
Es más que aceptable, dije. Cambiar de personajes todo el tiempo mantiene a la audiencia interesada.
"Muy bien, muy bien. Sí, ya que estamos algo cortos de aventuras en el viejo sentido de la palabra, supongo que es útil contar con personajes que viven algún tipo de aventura, incluso si es sólo en algún nivel superficial. Las bellas artes, por lo general, son mi alta mar - ese es el curso por donde manejo mi barco. Porque una cosa que habría adorado haber sido, más que cualquier otra cosa, es un verdadero aventurero en el sentido anticuado y descubrir nuevas tierras."
"Interpreto o a seres extraños o a fanáticos. Aislacionistas es lo que estoy condenado a interpretar. El anacronismo. La persona correcta en el momento equivocado."
David Bowie
Tal vez tus personajes cambiantes son como Errol Flynn llendo del Capitán Blood a Robin Hood.
"Muy bonito, me gustaría poder creer en ese paralelismo en particular. Je, je. De un tipo de desafío a otro tipo de desafío, mis papeles tienden a moverse. Interpreto o a seres extraños o a fanáticos. Aislacionistas es lo que estoy condenado a interpretar. El anacronismo. La persona correcta en el momento equivocado."
El tono de su voz sube y se excita. "O la persona equivocada en el momento adecuado. Nunca en su sitio." Agarra sus cubiertos de nuevo. "No creo que sirva como galán."
¿No quieres ser un héroe romántico?
"No. Me gustaría algo agradable y oscuro. Algo que es un poco... rizado en los bordes, que no está del todo bien, y que ha sido puesto entre la espada y la pared demasiadas veces."
¿Por qué?
"Escribo música como esa," dice. "Y siempre he sido así hasta el último par de años. Y en Estados Unidos, específicamente, siempre me daban esa especie de trato. Habían llegado hasta mí, y era el momento del zoológico." Agarra el vaso de leche. "Pero siempre he sufrido de eso."
¿Así que la gente reaccionó a lo tuyo, y su reacción te estaba volviendo loco?
"Oh, sí, definitivamente, me sacó completamente y totalmente fuera de mi en Los Ángeles. Me puso muy cerca del borde. Tuve miedo por mi salud mental. Bueno, no hasta ese punto, en realidad, tuve la suerte de que tenía un par de amigos que me refugiaron en Jamaica para recuperarme, y dije: no vuelvo a América. Así que no volví. Y terminé en Berlín."
Un mensajero aparece en la mesa para hacerle volver al trabajo. "Bueno, tengo que ponerme en marcha de nuevo. Lo siento."
Se levantó con ese tenso caminar tan particular suyo, como un cangrejo que avanza de lado través del suelo marino.
Durante un tiempo me quedé allí sentado. El bar de abajo del Cafe Wien todavía estaba abierto, y algunos rezagados pasaban la tarde junto a la pálida luz. Seguían con la charla.
Me giré en mi asiento y vi a una señora de rostro dulce en las sombras, sentada con cautela, como si la silla le fuera a reprochar por ocupar demasiada superficie del asiento. No podría decir qué edad tenía: siempre debió parecer la hija de alguien. Su nombre era Margaret y se ofreció a invitarme a una bebida. Mezclamos nuestro idioma alemán. Margaret, agarrando su bolso con nerviosismo, dijo que solía venir aquí en 1929, y que seguía igual. Conoció a un oficial, lo conocía muy bien. Regresó a la granja en Prusia durante la guerra, pero entonces el oficial mandó a avisarla de que los rusos iban a invadir, por lo que vio el final de la guerra en Berlín. Y cuando la guerra había terminado, lo buscó por todas partes, pero nunca lo encontró. Hace mucho tiempo que se dio por vencida. Pero aún de vez en cuando se pasa por aquí para tomar una copa.
¿Y quienes, quería saber ella, eran todas estas personas arriba? Para una película sobre un gigoló, dije. Ella sonrió y preguntó: ¿como la canción, 'Shöner Gigolo, Armer Gigolo'? Sí, eso es. La recordaba. Canta, dije. Después de mucho insistir, lo hizo. La letra en alemán es muy diferente de la antigua versión de Bing Crosby. Con una voz más tranquila, más clara, Margaret cantó en sombras la canción que, traducida libremente, dice lo siguiente:
Encantador Gigoló, pobre gigoló
No pienses en los viejos tiempos
Con tu casaca con hombreras de oro
Podrías desfilar a caballo por la ciudad
Tu uniforme se fue
Tu amor dijo adiós
Hermoso mundo se está desgastando
Incluso si su corazón se está rompiendo
Muestra una cara sonriente
Pagamos y tú debes bailar
Cuando terminó, su rostro se puso rojo como remolacha. Ella quería saber si podíamos vernos aquí a las ocho para tomar una copa. Le dije que iba a intentarlo. "Hasta que nos encontremos otra vez", dijo en inglés. Vio su autobús afuera y salió corriendo por la nieve.
Mi última noche en Berlín me esperaba Iggy Pop en la barra del París, una sala de color verde tenue que sostiene un par de almas verdes. Parecían salidos del cuadro de Van Gogh 'Los Bebedores De Absenta'. Era arte real si lo puedes tolerar. Y así ha sido gran parte de la música de Iggy.
Pensé en Iggy y Bowie. Bowie se movía con gracia, medio escondido, británico, casi snob, siempre impresionante. En el escenario se manejaba tenso como un arco perfilado por una flecha, y el público esperando la liberación. Iggy Pop es tosco, sin gracejo, original, dispuesto, callejero, ingenuo, americano, aparentemente maldito, pero resistente, fuerte como un caballo - vamos a manejar este galope sobre la carretera por un tiempo. Bowie hará una selección y contratará un número de músicos de calidad, los llevará en una gira mundial de cuatro meses y se llevará un montón de pasta de vuelta a su hogar real, que está, después de todo, en Suiza.
Bowie es un hombre en control, e incluso cuando se sumerge en un comportamiento anormal, era el comportamiento de un hombre loco por lograr mayor control. Iggy reúne a sus amigos y recorre Europa, porque ahí es donde se le aprecia. Él va a terminar cada actuación sin aliento, ensangrentado, temido.
La primera vez que vi
a los chicos Dum Dum
Yo estaba facinado
Se quedaron delante
De la antigua farmacia
Lo que más me ha impresionado
No había nadie más impresionado
Para nada
(Iggy Pop) 'Dum Dum Boys'
Iggy Pop - los amigos le llaman Jim - se retuerce en el taburete de la barra del París. La mención a 'Dum Dum Boys' le recuerda con cariño a sus raíces. "Realmente me impresionó ... esos eran los chicos que estaban afuera del Marshall's Drug Store en Ann Arbor, donde solía ir de compras."
Su antigua adicción a la heroína es mencionada repetidamente en su conversación. Sigue fascinado con esa condena de la misma forma en que un alcohólico rehabilitado habla sobre el licor, la forma en que un Judio está fascinado con Hitler, o un cornudo piensa en su esposa.
Le pide a un camarero resentido con cara de patata un determinado vino blanco alemán. Se aleja con un encogimiento de hombros decepcionado.
"Nos tratarán mejor cuando venga Esther," dice el cantante." "Son muy dulces con ella."
El vino llega, y enseguida nos mojamos el gaznate. Sólo a regañadientes reconoce haber estado por delante de su tiempo. Como lo ve él, sus álbumes que se vendían por treinta y nueve centavos en las cestas de productos decatalogados ahora se venden por siete dólares, y él no gana nada con eso.
"Pero, ya sabes, significa mucho para mí que algo que hice valió la pena. Era todo un sustituto para lo de "Te amo". Todo se reducía a echar un polvo, de todos modos. La droga, lo que sea. Así que significa mucho para mí abrir la cortina y ver a toda esa gente ahí. Porque ... no es la multitud la que te quiere." "
Su rostro afable de repente se torna sombrío y tenso. "¿Pero qué es lo que te dan?" preguntó con una voz de rayos x. "Te doy cincuenta y cinco por un asiento y subiendo, y eso significa mucho. ¿Conoces a algún actor o músico de rock que no quiera ser rico?"
Se calma. "Odiaba al público, a veces, por las cosas que me hizo hacer. Son capullos. ¿Por qué vinieron a verme?"
¿Y por qué van a ver una película como 'Tiburón' o 'El Exorcista'?
"Veo lo que quieres decir. Venimos de sitios diferentes y tú eres más crítico."
Esther aparece como la Reina de Mayo y se desliza en el asiento, feliz de que la estuvieramos esperando. El camarero trae más de ese vino agridulce. Esther elimina la frialdad del tipo rápidamente. Algo que he notado en las ciudades densamente nubladas, digo, como Hamburgo, Londres, San Francisco y aquí, es que todas son refugio de escenas de sadomasoquismo y dominación.
Estuvo de acuerdo al instante. "Es por lo que estoy aquí. Por el sado. Estás aquí, hombre. Tienes que subirte a un avión para salir. Tienes que pasar por todas las aduanas, y tienes que pensar en todas las cosas que tienes que pasar para llegar hasta aquí. La escena de dominación. Hay algunos sitios realmente enfermizos."
Tuerce su cuello y saca las manos, como en la portada del álbum 'The Idiot'.
"Una noche me encerraron en una cabina telefónica. Dios, estaba borracho como una cuba. Fue en un lugar bastante fuerte que se llamaba The Jungle. Bueno, un chico se dedicaba a hacer eso. Sorprendía a las personas cuando estaban dentro de una cabina telefónica y los encerraba, y observaba cuando la policía venía a sacarlos. Pero yo no lo sabía. Sólo trataba de hacer una llamada telefónica, y ya estaba diciendo, "Oh, esto es una cosa de las mías, no soy capaz de salir." Alguien me vio allí y me pasaba cigarrillos por debajo de la puerta. Llevaba allí media hora hasta que llegó la policía. Estaba esperando algunas palabras subidas de tono, pero sólo se disculparon. Le ha pasado a una decena de personas últimamente."
Una historia perfecta, pensé. Otro estribillo del tema principal de Berlín, "Claustrofobia".
La noche comenzó a disolverse en las innumerables copas de vino. Luego pasó a hablar sobre su demanda en contra de una empapelador de pared. Y de todo lo que hablaba, ciertamente tenía ideas divertidas. Durante un rato, exhibió un claro dominio del sistema judicial de Berlín. Pero eso se desvaneció, y comenzó a bromear echándole cenizas de cigarrillo a Esther.
"Has sido una chica muy mala", dijo, burlándose enojado.
Esther aceptó la atención con una sonrisa feliz. Vagamente, le recuerdo cantando "My Funny Valentine" mientras pagábamos la cuenta. Y de alguna manera recuerdo que, en la noche nevada, Esther perdió la paciencia, haciendo crujir con rabia la nieve de las calles vacías. Y allí mismo, en Kantstrasse, el cantante se tumbó sobre el hielo negro crujiente, gimiendo, "Muy bien, quieres que me muera, me muero, aquí mismo." Y Esther se dirigía hacia una parada de taxis, gritando, "No tiene gracia."
Una vez dentro del taxi, se hicieron carantoñas y se agarraron del brazo. Todo estaba bien. Vimos la ciudad desvanecerse. El público te hace hacer cosas terribles.
BAD BOYS IN BERLIN
David Bowie, Iggy Pop and the terrible things an audience can make you do
Chris Hodenfield | Rolling Stone | 4 October 1979
Berlin is a skeleton which aches in the cold; it is my own skeleton aching.
CHRISTOPHER ISHERWOOD
David Bowie moved to Berlin because it was a world as far removed from Los Angeles as he could find. In Hollywood, he'd fallen in with the wrong crowd. Living on stimulants of all varieties, he'd flirted with ideas of power, ascension, dictatorship - the glorious figurines that may seem strange to you and me, but seemed amusing to one who had tasted the crowd's hysteria from the lucky side of the footlights.
He'd gotten to be quite a high-hat.
In Berlin, a city that had known other takeover artists, he got humble. Rock & roll was no longer a vehicle for driving to the throne. But it was a living. It would finance a movie career, anyway.
Jim Osterberg moved to Berlin around the same time as Bowie, the spring of 1976. Going under other names, like Iggy Stooge and Iggy Pop, he had, more than a decade ago, originated in Michigan what later became known as the punk-rock masque: maniac music with a death-warmed-over pose. He had the lean, suspicious face of a young American hoodlum, and the pose was not always fashionable. He too found himself living on the Coast, and what he was in Los Angeles was a sun going down. Carrying a junk habit around, he became a street person, a drifter, crashing where he could. Finally, he committed himself to UCLA Hospital.
His only regular visitor there was David Bowie. Iggy was told that if he cleaned up, he could join Bowie's Station To Station tour. So he kicked and joined as a companion. He started another life in Berlin.
Soon after Bowie ushered Iggy into a recording studio overlooking the Berlin Wall and produced The Idiot (1977), a sad album but brilliant if you could tolerate it. Bowie - thought by his fans to probably be a mighty weird nogoodnik - must seem refined and reliable next to a real article like Iggy. Iggy's power and Iggy's curse is that he has always lived out his show, unlike those who make a production out of the pose, Alice Cooper, Kiss… or Bowie.
The first time I'd seen Iggy was in 1969, at an outdoor pavilion in New York City, and as the hot summer breeze blew across the stage, and the deranged, forceful music hammered us, he clawed his chest until it bled. He threw himself headlong into the audience. He dragged everybody through hell. It was spontaneous, not calculated, theatre. Trash showered onto the stage.
It inspired from me the harshest review I have ever written. What he did to his chest, I did to his act. He was livid about it, and called for my head on a platter.
Flying into Berlin eight years later, alongside his representative, Tim De Witt, I could think of better welcoming committees, than Iggy Pop. But he was down there waiting at the Tegl Airport and so, somewhere in the metropolis, was his friend David Bowie. However, while Iggy was fighting and scraping his way to a decent living, Bowie was bathing in Klieg lights, for he was signed to a motion picture, a Berlin period piece called Just a Gigolo.
Iggy stood shivering in the snowy night, wearing merely a black leather jacket and pegged jeans. He still had the lean, dangerous face, but now it had frequent access to a big, dimpled smile that suddenly appeared and ate up his entire face. His girlfriend, Esther, was almost a physical match for him. An American, daughter of a diplomat, she was starved-slender, with a colourless closed-room complexion made all the more pale by the rinsed-black hair. You'd have to call their smiles sassy; you might even call their eyes doomstruck.
Esther slogged the Volkswagen through Berlin, while Iggy played tour guide. "There's the Charlottenburg Palace. The emperor used to grow potatoes in that garden."
We passed Spandau Prison, which entertains just one prisoner, Rudolf Hess, Hitler's former deputy, now eighty-five, with bad circulation, blurred vision and a life sentence. Still, the prison is all his, so he has a monument, and an immense monument it is.
"You notice how intoxicating the air is are?" Iggy asked, turning around in his eat. "It's a big thing, the Berlin luft. We're or too far from Poland and the air sweeps in off the Ukraine plains. I like to walk around. When I first got here, I just walked and walked. Not thinking about anything. just talking to myself."
There must be a certain romance in living in a city out on the edge like this, an island, almost a cartoon sketch of capitalism, surrounded by East Germany. A doomstruck city, threatened by takeover, a city that had seen every war lost since 1871. Most of the city's splendid old buildings had been bombed away. Gone were the imperial balustrades, the pin-striped Bauhaus, replaced by dull shells of pressed concrete-prefabricated, bare-window, no-nonsense housing, apartments like jailhouses. Iggy lived out in these precincts, in a stove-heated apartment. He had a piano, but hadn't tuned it yet, because he liked its "Hoagy Carmichael sound."
As we drove through the streets, he pointed out a piano bar, where, once invited onstage, he gave them a half-hour of Frank Sinatra songs. "I went back another time," he said with a smile. "I was drunk as hell ,and I began getting into my thing. Somebody came up to tell me something, but it was my stage. I'm singing." To illustrate, he dropped the cheer from his face and replaced it with a murderous seriousness. It's a disarming move, often happening without warning or motive. The lips become tight and interested only in revenge. His story could be full of springtime, but his expression says Police Frame-up.
We reached our destination. The sidewalk held a scene of dark, ominous bacchanalia. Shadowy toughs stood outside a glass-fronted rock saloon called Das Treibhaus – or, the Hot House.
"Wanna buy some smack?" Iggy cracked to no one in particular. He buried his hands in his pockets. "We can watch them sell smack. Some wild life hanging out here. The Persians start fighting. I saw them once take their pool cues and break open the … piggy banks. Nobody does anything. I stopped going there then. It's almost comical. Berlin is a great holdout for draft dodgers, from all over Europe."
I looked inside. Leaden, black mass music vaulted over the dance floor. People danced like they were shaking lice out of their hair. Nobody was dressed fancy. And nobody danced in pairs. A bar circled the dance floor. Women stood alone.
Next door, smaller and bleaker, was a punk-rock joint. The music, even louder, was the usual searing, anxious stuff. Only one man danced, and it was as if he were simultaneously engaged in swatting mosquitoes and scraping shit off his shoes. Nobody had a drink in his hand.
But Iggy was heading upstairs to an even more depraved location. The sordid humours of Berlin had led us here, to a bowling alley. It looked no different than any Bowlarama back in Ypsilanti, Michigan, Iggy's home town. While we laced up our two-tone shoes, Iggy said: "I always wanted to come to Germany, even when I was a kid. I read everything about it. I always knew I wanted to come here, just like some guys always knew they wanted … to wear a dress."
DAVID BOWIE is an elegant, angular guy, neat and precise, one hand folded in his pocket, a thin, reptilian smile, and a lounge lizard's repertoire of negligent poses with the cigarette. He stood there on the dance floor, with the smile of a man watching a tramp steamer disappear into the fog.
Just A Gigolo is set in the period from 1918 to 1928, the postwar depression that gave birth to Nazidom. Director David Hemmings called this a story of prostitution. Everybody became some sort of prostitute, and Bowie portrays the Prussian officer who ended up a gigolo, a lady's teatime dance partner who perhaps had other favours to sell besides dancing.
Overseeing the overtures would be a demi-madam played by Marlene Dietrich, in her first movie since Judgment At Nuremberg (1961). It was an eerie choice, because we tie the younger Marlene to Berlin: she began as a cabaret singer here and played one in the 1930 picture The Blue Angel, which earned her a ticket to Hollywood. Since she'd have nothing to do with Berlin today, wouldn't leave Paris where she's writing her memoirs, the producers were having to build a mockup of the Eden Bar set in Paris. Two days of acting would reportedly earn her $250,000.
The Eden Bar set was upstairs in a sentimental retreat called the Cafe Wien. Downstairs was a dim red dance floor, surrounded by amber-lit tables. Each one had a telephone for calling other tables. Fritz, it was just like the old days.
Up here, the milling extras in tuxedos and silks danced to a squawk band. Bowie was to dance a mad tango with a billowing woman, a George Grosz caricature of a woman, smeary mouthed and vigorous. She glad-handled his ungainly figure across the dance floor. His eyes, according to the style, were rigidly impassive. There was no more emotion on that kisser than on a rattlesnake's. A strikingly symmetrical face, it stood out like a sepia-toned photograph. He knows the impassive coldness is an asset and, with typical calculation, keeps to a waxy stillness, like a famous cadaver that everyone's come to see.
Director Hemmings, who also acts in a few scenes, turned to debating with his cameraman. The grand dowager cooled her heels in the corner. An extra sneaked up to the bandstand, spread his swallowtails and sat down at the piano. A low-life blues score flowed forth and the room's attention was soon his. Even purple-faced Hemmings gave him a glance. A pimply extra in a starch-front shirt moved to the drums and lent a discreet clacking. Bowie watched all this with his weight on one leg, and the other leg outstretched like a cast off oar.
When he'd used up his cigarette, he sat down in a band chair and hoisted up the moss-covered saxophone from its stand. He deliberated, tested the reed, and waited. The pianist, who had been spooning up all kinds of ruffles and flourishes, gradually calmed down to a basic melody line and looked at Bowie with anticipation. Bowie just sat there, preoccupied, wetting the reed. Conversation slowed, and faces peered over shoulders. Finally, he released a string of squawks that didn't take too many years off the life of the melody. The pianist, who once seemed confident, now was worried. Bowie waited a few more bars before volunteering another mouthful.
One high-hatted extra sat, unconcerned, at a corner table, fingering a cigarette. Tall, erect, with silver hair combed straight back, he wore an expression of weary arrogance, surveying the hybrid gathering. He seemed just the kind of gentleman who usually inhabits the Cafe Wien, a man revisiting his time. His left eye seemed sad, and his right eye seemed furious. It was easy to believe that he was a once-proud officer, now reduced to these circumstances.
Fifty years of dirty laundry. Artur Vogdt has been a hotel porter in Berlin through many regimes, and he knows where people's pasts are buried. Now he runs the Hotel Continental on Berlin's main drag, the Kurfurstendamm. In the Twenties, this was a house owned by a wealthy Jewish family. And now, after you climb a winding flight of stairs, you find Artur holding court at the front desk, ready to tell tales. He knew a certain actress when she was the whore of Budapest, claimed he'd run for Joe Kennedy. An avid art collector, he also knew the tastes of a hundred artists and poets who, one time or another, flopped at the Continental.
So that I would know what a real gigolo looked like, Artur pulled out his collection of cafe-society memorabilia. I leafed through. Post cards from the Rokokosaal Casanova. Stylish woodcuts of roughnecks with squat hats pulled low. Modern girls with bobbed hair and silk stockings, not caring a fig who saw their garters.
From a small tape recorder came the scratchy, bittersweet lament of a gipsy violinist. Artur betrayed a nervous wink.
"They were not called gigolos," he said. "They were eintanzers, you see. It was after this song 'Shöner Gigolo, Armer Gigolo' [in America, "Just a Gigolo"] that you heard the name 'gigolo'. Another thing, they were not former soldiers, they were mostly Egyptians, a few Persians."
The pictures showed languid, lacquered men. Was it the influence of [Rudolph] Valentino?
"Yes, you are right. Absolutely. One hundred percent. There were three racetracks in Berlin at that time. And so much elegance. You don't see it so much any more. The gigolos would go to the track. The eintanzers would drive the big Chrysler car, you know, with rumble seat? One woman they'd get to pay for the car, the other to pay for the apartment. While dancing, they would make an appointment for the evening, you understand?"
He winked lasciviously. "I still know many of their first names."
He nodded to the ironic music. "This is Boulanger, a gipsy. Whenever I feel sad, I put this on, and right away". His hands rose and so did a smile. But it was a face that knew too much hurt, so it was only a grimace. "One song I have told David Hemmings to put into this movie, Tango Nocturne. It was very famous in the Twenties. A lot of things are wrong with this movie. Even Sydne Rome [Bowie's lover in the film], she is made up to look beautiful - but it's more Fifties than Twenties." He reached under the counter for my key.
"The Berliners have lost the smile. It is tragic. They forgot the smile. The young people drink and drink, they watch their TV, they get so much beer and brandy and take it home and watch TV. Even David Bowie knows more about expressionist art than ninety percent of the young people here."
Artur said good night. Boulanger's lament wove through the hallways.
Outside an old-time transvestite bar, the Lützower Lampe, in a dressing room trailer, David Bowie sat and looked at pictures. His bicycle was in the trailer, too. A cassette played Vivaldi's Four Seasons. Once upon a time, after he'd dropped out of high school, he worked as a commercial artist in an ad agency. In his photo album there were snapshots of his recent paintings and woodcuts. Most were stark, howling messages, reminiscent of Twenties expressionism. A room with a table. There was a startling woodcut of an Argentine dancer.
"Have I shown them?" he said, recoiling. "Never have, but I think I might be getting the confidence up again. That's a self-portrait," he said, turning over a snake-faced head-shot. "That's Iggy, without his professor's glasses. That's his 'I just want to be taken seriously' look." Iggy, with parted hair, had a sad, up-from-under stare.
Another self-portrait, this one with ravenous eyes and a stricken face. The actor's grief! Then, a portrait of a man with child gnarled limbs like old, dry cornstalks, hands like shovels, expressions of severity. Even more severe was a painting of Yukio Mishima, the Japanese author, with huge, almond eyes. A sketch of a man looking into the distance. "That's a bartender. He built his bar right alongside the Wall. His parents live on the East side and that's just how he sits, looking out the window at the East."
He closed the book, adjusted his wrap and moved his bicycle out of the way. His winter transport.
The shooting day was almost done. "I'll be going back to my room to watch one hour of telly – got to catch the news, you know and go to sleep." Smiling, he showed his eyeteeth. "I've got into the habit lately."
Berlin looks like a city that continues to pay for its sins. But cross the Wall and enter East Berlin and you see the bullet holes and the charred windows. There is an immense field of crushed brick where once stood one of the largest train stations in Europe. East Berlin is not littered with saloons and yellow neon signs that blink LOWENBRAU all night. You don't see the devotion to style and frivolity, and not so many faces hang loose with dissipation. But on the pedestrians of East Berlin you will see cold, angular faces of the Ukraine. In the new, already crumbling gingerbread apartment buildings, thrown together in a time of poverty, illegal television antennas hang from the windows. Children's playgrounds look like army obstacle courses. Indoor pools and gymnasiums are everywhere.
At Checkpoint Charlie, the trained-bear guards still push rolling mirrors under cars to find escapees. I was glad to be back in West Berlin, but in not too many hours, I got that same sad feeling again. West Berlin reminds me of an old dowager in a musty parlour, who shows you pictures of her youth and begs you not to open the curtains.
"Can you imagine running a wall down Fifth Avenue," David Hemmings had said, "knowing that New Yorkers are New Yorkers, and yet declaring suddenly that the island of Manhattan East will be Communist and West will be capitalist? You wouldn't believe that New York, after fifteen years, could have a completely different cultural environment on both sides of the dividing line. It just goes to show, in a sense, how malleable human nature is. That wall is cultures thick. It could be 600 years thick. I find it amazing that it could have taken place in so short a time. In less than a full generation."
David Hemmings sat down in the Istanbul Restaurant. He looked at the waiter and said, before ordering the first of many double Scotches, "I think I'll have the breaded brains, because that's what I feel I've got."
His face was puffy. Flashing through occasionally was that gaunt and driven face we'd seen in 1966 when he played the photographer in Blow Up. It was a relief, however, not to see the nastiness his roles so often demanded but rather see the energy and charm of the director on set. He was first approached to be in this picture as an actor, but he used his considerable powers of oration to talk himself into the director's chair.
The Turkish repast arrived on the table in mounds. I noted that, with Bowie and Kim Novak (a society matron who seduces Bowie in the movie), he at least had two photogenic actors to work with.
Hemmings' voice, accelerated even in gloom, suddenly gathered up to full storm. "Kim has an essential quality that she shares with Bowie: the camera adores them both."
"In this movie David has done things I've known are not his best. But the camera says, no, David was really much better than you thought. Perhaps being a performer, understanding the public, and knowing the public, and knowing about the projection of personality … even that is not something that anyone ever sat down and taught him."
Audiences are captivated by a certain stillness, a distracted look in the eyes.
Hemmings finished his Scotch and set it down with authority. "There was a theory once about actors, that you did well if you didn't blink. Many actors - Olivier, Brando, De Niro, Newman, Redford - you can watch them time and time again on screen and you never see them blink. There were other theories. If you were shortsighted and didn't wear your glasses, that gave you a tremendous air of concentration because you couldn't see further than your nose. I think that was Vanessa Redgrave's secret.
"I don't believe any of the theories."
Understanding the public… knowing the projection of personality. Somewhere along the line, Bowie had learned all this.
Like Cher, he knows that his public likes to look at something. He stands about six feet, stiff-necked and pale. The set of his shoulders, the cords of his neck, reveal a new physical discipline. He's something to see. I couldn't tell you if he knows when he is, and when he is not, projecting his personality.
Bowie walked down the draughty stairwell of the Cafe Wien to the red, artificially sinful, brocaded walls of the main dance hall. Today's costume was an old wool suit. He sat down at a table and regarded the apple-cheeked waitress as if she was a trusted friend. "I know, what I'd like," he said cheerfully in a broken German. "Steak and eggs and chips and a glass of milk."
I recalled that Bowie was once a mime in Lindsay Kemp's troupe.
"Yes I was. There's still a lot of Buster Keaton in everything I do." He laughed boyishly, as if to take the posh off it.
Keaton, of all the silent screen comedians, did not use facial contortions. Keaton was very physical, but kept a Great Stone Face on which you could read anything.
"I've been underplaying incredibly, which I love. My greatest fear is to overplay, because, not having much acting experience, that's exactly what I would do."
Bowie's accent maintains something of the regulated crispness of the British upper-class accent, but seeping in occasionally is his Brixton past.
I asked him about getting into the right "psychological circumstances" for a scene.
"Well, Victor Mature said, when he was once told what to think for an emotional scene, 'Look, I've got three expressions, three looks. I look right, I look left and I look down the middle. Which one do ya want? That sounds like me. I wouldn't be very good doing the emotional stuff. Even when I write songs, sometimes, I'll see what I've written and say to myself, "That sounds a bit soft.' And I'll rub it out."
Sure, I said. Take out that "love" and put in "glove."
"Yes,' he agreed. "Even there, 'I glove you.' Now that says something."
But you listen to emotional music?
"Yes I do, quite the opposite there. I love the emotional music of Vivaldi, Edith Piaf, the greatest torch singer ever. Lotte Lenya, although with Lotte Lenya, there's that other side, that Kurt Weill business – the cacophony that appeals to the intellect. Often what I like to do is make very emotional music and put on another kind of lyric that will hopefully make a third thing, an unknown factor. There we come right back to 'glove' for 'love.'
The waitress appeared with his steak, buried in sunny-side up eggs and a mountain of chips. He arranged his napkin in his lap.
"You ordered the salad? Well, there are two sets of knives and forks, so tuck in."
I was interested in how he moved from medium to medium, from music to movies. Even on the set, between takes, he was making woodcuts.
This movie, it appeared, was more to remake his image than to make money. He had world concert tours scheduled to take care of the money, and he openly admitted that's all they were for. The money would finance future productions, himself directing. "Because I must remain in control," he said.
He chewed this over for a moment.
"I found, eventually, after searching for some time, some kind of premise in music. Some sort of philosophical ideas that I can call tools. Once you have that premise, and those tools, you can then move into, I believe, any other area of what one calls the arts. When I turn my hands to making films as a director, I will also have those tools."
He speared a french fry with his fork, dabbed it into the egg yolk. "They always deliver such gigantic quantities in Germany and America. I never get near finishing."
I was just wondering which of those silver-haired movie extras upstairs on the set was once an officer?
"They all want to be in the movies. No, no, no, you don't understand. Everybody here kept Jews in their attics. If you ask them." He looked over his shoulder to see if the coast was clear, then hissed in a mock German accent, " 'But our family kept Jews in ze attic.' Everybody, every old person I've met here was a socialist. Or a Communist. 'You must understand, zere was street fighting all the time in Berlin.' Which is true, that's why Hitler put his thumb on the city and decided to set up base here, because this was the most troublesome spot. There was always a very large Communist faction.
"One thing about Berliners, the rest of Germany can't stand Berliners, and Berliners look down on the rest of Germany. As far as they're concerned, they have a much stronger wit, very caustic, cynical wit. It's kind of like New York or London. Big city wit.
"They're very matter-of-fact about celebrities, music, trends, whatever. It makes it a very good place for someone like me to live, because I can be incredibly anonymous. You never get stopped here. They don't seem particularly joyful about seeing a famous face."
So you had a hard time in LA?
"Oh." He closed his eyes in pain. "My least favourite city, I'm afraid. I really loathe it with a vengeance. I'm sure it was because I was only involved with a circle of people, and my frame of reference was very, very limited. It was partly my own fault. But I saw no escape to find out about the other sides of LA It was a closed shop to me, so I got in completely with toxic people."
He pared off a sliver of egg white and chewed it with concern. "I got into a lot trouble. I just had to get out."
There was the possibility of your doing film about the Viennese expressionist painter, Egon Schiele.
"Clive Donner approached me with a script and said I'd be interesting. He drew the inevitable parallels between our supposed lives - controversy and whatnot. That'd be the third film I've chosen, but for those three, I must have turned down three trillion in which I'd have had green skin an funny horns coming out of my head and play the guitar and I land on earth and I lead all the kids to freedom and peace." He offered a sick smile. "Or kill them all.
"After Nic's film [Nicolas Roeg's The Man Who Fell to Earth, 1976], Stranger In A Strange Land reared its head, which is a film I was close to doing ever since it was first suggested in the early seventies. I just wanted to not be caught up in that web and end up as the eternal alien. Playing the role of the alien on the road for a couple of years was fun, but there's that ominous thing when people start taking your life apart. To get things in the mail is not the nicest thing. People speak to you in gobbledygook language and send you funny letters and say that they're in touch with forces that be and expect one to act like a Martian..
An entertainer's rapport with an audience is a funny thing, I said. You begin to mean something to people.
"I'm in a funny position. I don't know what I mean to people because I change my roles so drastically and so often. I must really screw up a lot of people!"
Again he laughed boyishly. It was so unexpected, this genial, perplexed reaction of his. One could, is in Nietzsche's words, begin to distrust the very clever when they become embarrassed.
"I'm not a good example to follow, because one can't change one's identity like that in real life all the time, every few months." He was taking it seriously. "Most of the celluloid or rock & roll heroes have one identifiable quality that people can hold off and say. 'This is it, this is where they belong. I accept it or I don't accept it."'
It's more than acceptable, I said. Changing characters all the time keeps the audience wondering.
"Quite right, quite right. Yes, as we are somewhat short of adventures in the old sense of the word, I guess it is useful to have characters that live out some kind of adventure, even if it is only on some sort of superficial level. The fine arts, generally, are my high seas - that's the course I take my ship on. Because one thing I would have adored to have been, more than anything else, is a real old-fashioned adventurer and discover new lands"
Maybe your changing characters is like Errol Flynn going from Captain Blood to Robin Hood.
"Very nice, I wish I could believe in that particular parallel. Heh-heh. From one kind of awkwardness to another kind of awkwardness, my roles tend to move. I play either awkward people or fanatics. Isolationists is what I'm doomed to play. The anachronism. The right person in the wrong time."
His voice lifted and he got excited. "Or the wrong person in the right time. Never will I quite match." He picked up his silverware again. "I don't think I'll ever make the greatest loverboy."
You don't want to be a romantic hero?
"No. I'd like something nice and obscure. Something that's a bit … curly at the edges, that's not quite right, and been smacked against the wall a few times too many."
Why?
"I write music like that," he said. And I've always been that up until the last couple of years. And in America, specifically, I was always approached with that feeling from people. They'd come up to me, and it was always zoo time." He raised the milk glass. "But I always suffer that."
So people reacted to you, and their reaction made you crazy?
"Oh, quite definitely yes. It drove me utterly and totally out of my skull in Los Angeles. I got very near the edge. I did fear for my sanity. Well, I didn't, actually; I was fortunate enough in that I had a couple of friends who sent me off to Jamaica to recuperate, and said, 'Don't go back to America.' So I didn't. And I ended up in Berlin."
A messenger appeared at the table to call him back to work. "Well, I have to get racking again. I'm sorry."
He moved off with that tense walk of his, like a crab scuttling sideways across the ocean floor.
For a while I sat there. The downstairs bar of the Cafe Wien was still open for business, and a few stragglers nursed the afternoon along in the pale light. They made with the talk.
I turned in my seat and noticed a sweet-faced lady there in the shadows, sitting gingerly, as if the chair would reproach her for taking up too much of the seat. I couldn't tell you how old she was: she'd always look like someone's daughter. Her name was Margaret and she offered to buy me a drink. We mixed up our German languages. Margaret, clutching her bag nervously, said she used to come here in 1929, and it was just like this. She knew an officer, she knew him well. She went back to the farm in Prussia during the war, but then the officer sent word to her that the Russians would take it over, so she saw the end of the war in Berlin. And when the war was over, she looked high and low for him, but she never found him. Long ago she gave up. But still she comes here on occasion for a drink.
And who, she wanted to know, were all these people upstairs? For a gigolo movie, I said. She smiled and asked, was it the song, 'Shöner Gigolo, Armer Gigolo'? Yes, it was. She remembered it and bummed a few bars. Sing it, I said. After much persuasion, she did. The German lyrics are very different from the old Bing Crosby version. In quietest, clearest voice, Margaret sang in shadows the song that, liberally translated, says this:
Lovely Gigolo, poor gigolo
Don't think about the old times
As you has Hussar with golden epaulettes
Could parade your horse through town
Uniform is gone
Your love said adieu
Beautiful world is fraying
Even if your heart is breaking
Show a smiling face
We pay and you must dance
When she finished, her face went beet red. She wanted to know if we could meet here at eight for a drink. I said I'd try. Till we meet again, she said in English. She saw her bus outside and ran off into the snow.
My last night in Berlin I waited for Iggy Pop in the Paris Bar, a subdued green room holding a few green souls. They had all stepped right out of Van Gogh's The Absinth Drinkers. It was real art if you could tolerate it. And so has been much of Iggy's music.
I thought about Iggy and Bowie. Bowie moved gracefully, half-hidden, British, almost snobbish, always impressive. Onstage, he holds himself taut as a bow drawn by an arrow, and the audience waits for the release. Iggy Pop is sullen, graceless, original, willing, street smart, naive, American, seemingly doomed, but resilient, strong as a horse - we'll get this jalopy fixed up and on the road in no time. Bowie will cast around the music scene and pick out a number of quality musicians, take them on a four-month world tour and take a pile of dough back to his real home, which is, after all, in Switzerland.
Bowie is a man in control, and even when he dipped into freakish behaviour, it was the behaviour of a man mad for more control. Iggy assembles his friends and tours Europe, because that's where he's regarded. He'll come out of a performance winded, bloodied, feared.
The first time I saw
The dum dum boys
I was fascinated
They just stood in front
Of the old drug store
I was most impressed
No one else was impressed
Not at all
'Dum Dum Boys' (Iggy Pop)
Iggy Pop - friends call him Jim - folded into the booth at the Paris Bar. Mention of 'Dum Dum Boys' sent him fondly remembering his roots. "I really was impressed … those were the guys who stood outside Marshall's Drug Store in Ann Arbor, where I used to go buy works."
His old heroin habit was repeatedly revived in his conversation. He remains fascinated with its evil the way a reformed alcoholic talks about booze, the way a Jew is fascinated with Hitler, or a cuckold thinks about his wife.
He asked the resentful, potato-faced bartender for a certain German blanco. He walked away with a disappointed shrug.
"They'll treat us nicer when Esther arrives, the singer said. "'They're really sweet for her."
The wine came, and we immediately got our teeth mixed up in it. Only grudgingly would he recognise being ahead of his time. The way he saw it, his albums that sold for thirty-nine cents in the remainder bins are now going for seven bucks, and what does he see out of that?
"But, you know, it means a lot to me that something I did was worth something. It was all replacement for 'I love you.' It all comes to getting laid, anyway. Dope, whatever. It means a lot to me to have the curtain open up and see all those people there. Because … the crowd doesn't love you."
His affable face suddenly grew grim and taut. "But what do they give you?" he asked in an x-ray voice. "They give you five-fifty a seat and up, and that means a lot. Do you know one actor or rock musician who doesn't want to be rich?"
He calmed down. "I hated the audience, at times, for things they made you do. They're cunts. Why did they come see me?"
And why did they go see a movie like Jaws or The Exorcist?
"I can see why you said that. We just come from different places and you're more critical."
Esther breezed in like the Queen of the May and slid into the seat, happy that we were waiting for her. The waiter rushed up with more of the bittersweet wine. Esther took the chill off that guy fast. Something I've noticed about heavily overcast towns, I said, like Hamburg, London, San Francisco and here, is that all are homes for bondage and domination scenes.
He agreed instantly. "That's why I'm here. For the bondage. You're here, man. You have to get on a plane to get out. You gotta go through all the customs, and you gotta think about all the things you gotta go through to get outta here. The domination scene. There're some sick, sick places."
He threw a crook into his neck and stuck his hands out rigid, The Idiot album cover.
"One night I got locked in a phone booth. God, I was drunk as hell. It was outside of a pretty tough place called the jungle. Well, a guy's been doing this. He sneaks up on people when they're inside a phone booth and locks them in, and watches the police come and get them out. But I didn't know that. I was just trying to make this phone call, and I was saying, 'Oh, this is me, I can't get out.' Somebody saw me in there and they were slipping me cigarettes under the door. I was in there for a half-hour until the police came. I was waiting for some strong words, but they just dismissed it. It's happened to about ten people lately."
A perfect story, I thought. just another chorus of Berlin's theme song, 'Claustrophobia'.
The night began to drift apart in the numberless glasses of wine. He went on about his lawsuit against a wallpaper hanger. And whatever he went on about, he certainly had severe ideas of fun. For a while there, he exhibited a clear command of the Berlin judicial system. But that faded, and he began playfully flicking cigarette ashes at Esther.
"You've been a very bad girl," he said, mock angry.
Esther accepted the endearments with a happy smile. Dimly, I remember that he was singing 'My Funny Valentine' as we paid the bill. And somehow I recall that, out in the snowy night, Esther lost her patience, crunching angrily through the snow of the big, empty streets. And right there on Kantstrasse, the singer laid down on the crusty black ice, moaning, "All right, you want me to die, I'm dying, right here." And Esther stamped off toward a taxi rank, yelling, "It's not cute any more."
Bundled inside the taxi, they smooched and locked arms. Everything was fine. We watched the city slip away. An audience makes you do terrible things.