viernes, 26 de mayo de 2017

Imagen pública




Roger Stone es un tipo odioso y lo sabe. También es un encantador de serpientes. Y un manipulador de masas. Parece no regirse por más codigo que aquel que certifica la victoria y que sirve a los fines. Practica por tanto aquello que decían los Hermanos Marx: "si no le gustan estos principios tengo otros" El caso es triunfar, aunque para ello haya que difamar, empantanar, desechar o lo que haga falta. Eso si, se presenta como un fanático de Nixon, de quien colecciona todo tipo de recuerdos y a quien asesoró. Es más, lleva su rostro tatuado en la espalda. El escándalo Watergate, en el que estuvo implicado, casi se lo lleva por delante. Pero como la memoria es corta y la actualidad efímera, y el manejo de influencias crucial para ciertos sectores, pronto se sirvió de sus contactos para enriquecerse con un proto-lobby. Con todas esas credenciales y más no es de extrañar que haya sido el artífice de las victorias de Reagan, Bush y Trump. Tremenda colección de despropósitos. De hecho para Trump rescató los lemas de la campaña de Reagan. Ríete de las tramas de House Of Cards. Ahí está la trastienda de esa política, un mundo de trampas e intereses desbarrados que, además, se suele aprovechar de la naturaleza humana y la opinión púbica. En esa contienda lo importante parece ser manejarse sin escrúpulos. Y Roger sabe jugar a ese juego, como cuando reventó el recuento de votos en Florida para dar la victoria a Bush sobre Gore. O incluso sirviéndose de Wikileaks para dar la estocada final a Hillary Clinton a cuenta de una gran torpeza de ésta. Es un experto en moverse en el lodazal, manejar a los votantes, tergiversar la realidad. Él se define como "agente provocador". Porque cuando le viene en gana lo admite todo sin pestañear, con orgullo. Vive de ello. Y los éxitos le avalan. Parece que exponerse tan abiertamente en este documental de Netflix es el peaje a pagar para la autopromoción y el regocijo de la vanidad, a pesar de ser consciente de que habla para el enemigo. Pero le gusta vanagloriarse y burlarse de sus detractores, a los que considera débiles. Quizás sea, paradójicamente, más honesto así. Es decir, reconocer el juego sucio no es muy común. Pero en cualquier caso le pone lo de quedar de canalla, aunque repite varias veces que siempre respetando la legalidad. Lo único que parece quedar claro es que es mejor tenerlo de aliado, o al menos no de adversario. Aunque a medida que avanza el documental y se va poniendo en evidencia, resulta muy difícil creer cualquier cosa que sale de su boca...


'Get Me Roger Stone'
EE. UU. 2017
Dirigido por Dylan Bank y Daniel DiMauro