lunes, 10 de junio de 2013

El mundo de Raymond Carver según Bob Adelman

The world of Raymond Carver* according to Bob Adelman
































































'Carver Country' (1990) - Bob Adelman
Ed. Anagrama
*Pica aquí para leer varios relatos de Raymond Carver


Ahí dejo algunos poemas de Raymond Carver (aunque advertir para quien no le sea familiar que es un autor conocido sobre todo por sus relatos cortos que podrían entenderse dentro de la corriente del realismo sucio y que suelen narrar escenas breves de situaciones cotidianas en las que se adivina la presencia de cierta desesperación y decepción subyacente):


SANGRE

Éramos cinco a la mesa de juego
sin contar al croupier
y su ayudante. El hombre
junto a mí tenía los dados
en la mano.
Se sopló los dedos, dijo:
¡Vamos, pequeños! Y se inclinó
sobre la mesa para tirar.
En ese momento sangre roja brotó
de su nariz, salpicando
el verde paño de fieltro. Soltó
los dados. Se echó hacia atrás pasmado.
Y luego aterrorizado cuando la sangre
corrió por su camisa abajo. ¡Dios mío!
¿qué me está pasando?
gritó. Se agarró a mi brazo.
Oí funcionar los motores de la Muerte.
Pero en aquella época yo era joven,
y estaba borracho, y quería jugar.
No tenía por qué escuchar.
Así que me largué. No me volví siquiera,
ni encontré esto dentro de mi cabeza hasta hoy.


BAJO UNA LUZ MARINA CERCA DE SEQUIM, WASHINGTON

Empiezan los verdes campos. Y las altas, blancas
granjas después de los charcos de la marea,
y aquellos pequeños cangrejos
listos para echar a correr, o darse la vuelta, si
levantábamos la roca debajo de la que vivían. La languidez
de aquella carretera del campo. Hablando de París,
nuestro París. Y luego encuentras ese sitio en el libro
y me lees la vida de Anna Akhmatova allí con Modigliani.
Sentados en un banco de los jardines de Luxemburgo
bajo su enorme sombrilla negra
recitándose a Verlaine el uno al otro. Los dos
“todavía no alcanzados por el futuro”. Cuando
allá en el prado vimos
a un joven desnudo de medio cuerpo para arriba
y con los pantalones remangados,
como un antiguo remero. Nos miró sin curiosidad.
Se quedó allí observándonos indiferente.
Luego nos dio la espalda y siguió con su trabajo.
Mientras pasábamos como una hermosa guadaña negra
por aquel paisaje perfecto.


ONDAS DE RADIO

La lluvia ha cesado, y la luna ha salido.
No entiendo nada de las ondas de radio.
Pero creo que se transmiten mejor justo
después de llover, cuando el aire está húmedo.
En cualquier caso, ahora puedo coger Ottawa, si quiero,
o Toronto. Últimamente, de noche, me sorprendo
ligeramente interesado por la política canadiense
y sus asuntos internos. Es verdad. Pero normalmente
lo que buscaba era sus emisoras con música. Me siento
aquí en la butaca y escucho, sin tener nada que hacer,
o pensar. No tengo televisor, y dejé de leer
los periódicos. De noche pongo la radio.
Cuando escapé aquí trataba de alejarme
de todo. Especialmente de la literatura.
De lo que ella entraña, y de lo que trae a rastras.
Hay en el alma un deseo de no pensar.
De estar quieto. Emparejado con éste,
un deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma también es una afable hija de puta
no siempre de fiar. Y olvidé eso.
Escuché cuando dijo: Mejor cantar a lo que se ha ido
y nunca volverá que a lo que aún sigue
con nosotros y estará con nosotros mañana. O no.
Y si no, también está bien.
Tampoco importa demasiado, dijo, si un hombre nunca canta.
Esa es la voz que escuché.
¿Puede imaginarse que alguien piense cosas así?
¡Qué absurdo!
Pero tengo estas estúpidas ideas de noche
cuando me siento en la butaca y oigo la radio.
Entonces, Machado, ¡su poesía!
Era como un hombrecillo mayor que se vuelve
a enamorar. Una cosa digna de observar,
y embarazoso, además.
Y llevo tu libro a la cama conmigo
y me duermo con él a mano. Un tren pasó
en mis sueños una noche y me despertó.
Y lo primero que pensé, el corazón acelerado
allí en el dormitorio a oscuras, fue esto:
Todo es perfecto, Machado está aqui.
Entonces me volví a dormir.
Hoy llevé tu libro conmigo cuando salí
a dar mi paseo. “¡Presta atención!” -decías,
cuando alguien preguntó qué hacer con su vida.
Así que miré alrededor y tomé nota de todo.
Luego me senté al sol, en mi sitio
junto al río desde donde puedo ver las montañas.
Y cerré los ojos y escuché el sonido
del agua. Luego los abrí y me puse a leer
«Abel Martín».
Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
Y espero, incluso de cara a lo que sé de la muerte,
que recibirás el mensaje que pretendo enviarte.
Pero está bien aunque tú no lo recibas. Que duermas bien.
Descansa. Antes o después espero que nos veamos.
Y entonces yo podré decirte estas cosas directamente.


DESOCUPADO

Los que eran mejores que nosotros
vivían cómodamente en casas recién pintadas
con inodoros a botón en todos los baños.
Manejaban autos de modelo y marca
reconocibles.
Los que no tenían trabajo estaban apenados,
no les iba bien.
Sus autos extraños estaban estacionados
sobre cajones al fondo de casas polvorientas,
donde se amontonaban infinidad de objetos inútiles.
Los años pasan y todo y todos son reemplazados.
Existen siempre, es lo que dicen, nuevas oportunidades.
Pero, para decir la verdad,
a mí nunca me gustó el trabajo.
Mi objetivo era permanecer desocupado.
Ése era mi mérito.
Me gustaba la idea de sentarme en una silla,
hora tras hora, frente a la casa, sin hacer nada
con un sombrero sobre mi cabeza y tomando una gaseosa.
¿Qué hay de malo en eso?
Fumar, escupir de vez en cuando.
Tallar madera con mi cuchillo.
¿Hay daño  o maldad en esto?
En ocasiones salgo con mi perro a perseguir conejos.
Tienes que hacerlo alguna vez.
A veces levanto a un chico gordo y rubio como yo,
diciéndole: ‘‘¿de dónde te conozco?’’.
Nunca digas: ‘‘¿Que quieres ser cuando seas grande?’’


UNA TARDE

Mientras escribe, sin observar el océano,
siente entre sus dedos
el temblor de la pluma de su lapicero.
La marea se retira arrastrando
pequeñas piedras, restos de vida marina.
Todo esto no tiene nada que ver, no,
con el origen de su emoción. No.
Su corazón se acelera porque ella
en ese instante ha decidido entrar
completamente desnuda en la habitación.
Somnolienta, por un momento no puede imaginar
dónde está. Se dirige al baño. Sacude su cabellera.
Se sienta en el inodoro con los ojos cerrados,
la cabeza inclinada; las piernas extendidas, abiertas.
No ha cerrado la puerta del baño, él puede verla.
Quizás
ella esté recordando lo que sucedió esa madrugada.
Porque después de un rato, abre un ojo y lo mira.
Y sonríe con mucha dulzura.


ESPERANZA

"Mi esposa", dijo Pinnegar,
"cuando me abandona desea que  yo destruya mi vida.
Ésa  es su última esperanza".
D. H. Lawrence.  
'Jimmy y la mujer desesperada'

Me dejó el auto y doscientos dólares.
Dijo: ‘‘hasta luego, querido.
Tomate las cosas con tranquilidad ¿me entiendes?
Eso es todo. Absolutamente todo.
Esto es lo que queda
después de veinte años de matrimonio.
Ella cree adivinar lo que sucederá.
Piensa que me voy a gastar los ahorros
en dos o tres días
y que tarde o temprano
voy a destruir el auto - que ya era mío
y que además necesitaba varios arreglos -.
Al momento de alejarme
Los ví, a ella y a su novio,
estaban cambiando la cerradura de la puerta.
Saludaron con el brazo en alto.
Los saludé de la misma manera.
Sólo para que supieran
que no había malos sentimientos de mi parte.
Apreté el acelerador y me alejé rápidamente.
Estaba como atolondrado.
Ella, por lo menos, tenía razón en eso.
Seguí el camino de la ruina.
El alcohol fue mi compañero fiel.
Resultamos buenos amigos.
No me detuve.
Recorrí el largo camino sin escalas.
Pude, al fin, dejar en el pasado
A mi amiga, la botella.
Meses, quizás años más tarde,
cuando aparecí frente a la puerta                                                           
de esa casa
manejando un auto diferente,
sobrio, vistiendo camisa y pantalones
limpios y las botas bien lustradas,
ella lloró al ver mi cara.
Su última esperanza estalló en el aire.
Y ya no tendría más esperanzas.


EL LUGAR DONDE HAYAN VIVIDO

Ese día visitó varios lugares,
caminó dentro de su propio pasado.
A las patadas atravesó
memorias que se le amontonaban.
Comprobó a través de la ventana
que ya habían dejado de pertenecerle.
Trabajo, pobreza, pequeños engaños.
En esos días todos vivían a fuerza de voluntad,
decididos a convertirse en seres mitológicos.
Sentían que durante mucho tiempo
nada ni nadie podría detenerlos.
En la pieza del motel
esa noche, en la primera hora de la madrugada,
corrió las cortinas. Perdió la mirada
en las nubes que ocultaban la luna.
Se apoyó en el marco de la ventana.
El aire frío atravesó los cristales
y le apretó el corazón con su mano helada.
Te amé, te quise bien, pensó.
Esto pensó un minuto antes de dejar de quererla.


LA TELARAÑA

Hace unos minutos salí a la galería.
Desde ahí podía ver y oír el agua,
y todo lo que me ha venido sucediendo
durante estos años.
Hacía mucho calor y todo estaba muy tranquilo.
La marea se había retirado.
Los pájaros ya no cantaban.
Apoyé la espalda en una columna del alero, y
al realizar este movimiento
mi frente rozó una telaraña
que se enredó en mi pelo.
Di media vuelta,
entré nuevamente en la casa.
Sé que nadie podrá culparme
de haber tomado esta decisión.
Todo seguía muy quieto y caluroso.
No soplaba ni una leve brisa.
El mar era un espejo de acero silencioso.
Me saqué
la telaraña del pelo
y la colgué en la pantalla de la lámpara.
Ahora cuando mi aliento la toca
tiembla suavemente. Un tejido,
complejo, intrincado. Flotando en la turbulencia
de mi aliento tibio.
Pienso...
No ha de pasar mucho tiempo antes de que alguien
comprenda que he abandonado este lugar.


UNO MÁS

Se levantó temprano, la mañana teñida de emoción,
listo para ponerse a escribir. Tomó una tostada y huevos,
café, y fumó unos pitillos, mientras pensaba en el trabajo
que le esperaba, el difícil sendero a  través del bosque.
El viento empujaba a las nubes en el cielo,
agitando las hojas que quedaban en las ramas,
al otro lado de la ventana. Unos pocos días más y habrían
desaparecido, esas hojas. Había un  poema en eso, podría ser;
tenía que pensar en ello. Fue a su mesa,
dudó durante largo rato, y luego hizo
lo que demostró ser la decisión más importante
que tomaría en todo el día, algo para lo que toda
su imperfecta vida le había preparado. Puso a un lado
la carpeta de los poemas - un poema en concreto todavía
seguía en su mente después del inquieto sueño de la noche.
(Pero, en realidad, ¿qué es un poema más o menos? ¿Qué más da?).
Contaba con todo un día abriéndose ante él
lo mejor será limpiar el suelo antes. Tenía que ocuparse
de unas cuantas cosas, incluso de unos asuntos familiares que
no debería dejar para mucho más tarde. De modo que no paró.
Trabajó sin parar el día entero - dominado por un amor y odio,
un poco de compasión (muy poco), una sensación conocida,
incluso desesperación y alegría. Hubo ocasionales estallidos
de ira, que luego se calmaban, mientras escribía cartas
diciendo “si” o “no” o “depende”- explicando por qué, o
por qué no a personas que nunca había visto y nunca vería.
¿Le importaban?  ¿Le importaba algo?  Algunas sí.
También atendió algunas llamadas, e hizo algunas, que
a su vez provocaron la necesidad de hacer algunas más. Así es,
ahora se siente incapaz de  hablar,  prometió llamar al día siguiente.
Hacia la tarde, agotado y notando con claridad (pero
erróneamente, claro)  que había pasado un día de trabajo
honrado, se detuvo a hacer inventario y pasar nota
del par de llamadas que tenía que hacer la mañana siguiente si
quería estar al tanto de las cosas, si no le apetecía
seguir escribiendo cartas, que no le apetecía. Ahora,
se le ocurrió, estaba harto de todos estos asuntos,
pero seguía igual, terminando la última carta que debería de
haber contestado semanas atrás. Luego levantó la vista.
Afuera era casi de noche. El viento se había calmado. Y
los árboles - todavía seguían, casi despojados de todas
sus hojas. Pero, por fin, su mesa estaba despejada
si no tuviera en cuenta esa carpeta de poemas que
le inquieta mirar. Mete la carpeta en un cajón, la
quita de su vista. Estará en buen sitio, segura, y
él sabrá dónde descansar las manos  cuando
sienta la necesidad de ello. ¡Mañana! Hoy ha hecho todo lo que
podía hacer. Pendientes aún esas llamadas que tenía que hacer,
y olvidó que debía llamar él, y pendientes unas cuantas notas
que debía de mandar debido a algunas de las llamadas, pero
ahora no lo iba a hacer, ¿o si? Estaba fuera del bosque.
Podía llamar hoy. Había hecho lo que debía hacer. Lo que
su conciencia le dijo que hiciera. Había cumplido con
sus obligaciones y no había molestado a nadie.
Pero en ese momento, sentado allí delante de su ordenada mesa,
sintió vagos remordimientos por el recuerdo del poema que
quería escribir esta mañana, y estaba ese otro poema
que tampoco conseguía recordar.
Así eran las cosas. La verdad, es que no hay mucho más que decir.
Que se puede decir de un hombre que prefirió hablar por teléfono
el día entero, y escribir cartas estúpidas
mientras deja sus poemas desatendidos, abandonados
-o peor aún, sin empezar-. Este hombre no merece poemas
y éstos no deberían acudir a él de ninguna forma.
Sus poemas, si producía alguno más,
deberían comérselos las ratas.



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Blitzen Trapper·'Stranger in a Strange Land'