jueves, 2 de noviembre de 2017

El Cuchillo De Caravaggio [Texto inédito*]



Sigue, pues, sigue cuchillo,
volando, hiriendo. Algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía.
‘El Rayo Que No Cesa’, Miguel Hernández


El británico Derek Jarman (1942-1994) es moderadamente conocido y celebrado por sus desconcertantes (a ratos lisérgicos, otras minimalistas, a menudo teatrales) experimentos fílmicos, artefactos visuales con un recurrente toque operístico y de variada temática que visualmente han influido lo suyo, sobre todo a una circunstancial pléyade de realizadores de vídeos musicales, género que él también practicó con desiguales resultados para, entre otros, Marianne Faithfull, Patti Smith, Sex Pistols, Marc Almond o The Smiths. Pero quizás su obra más valorable es un personalísimo retrato del pintor Michelangelo Merisi, más conocido como Caravaggio, con singular hincapié en los desquiciados aspectos y caprichosas motivaciones de su carácter hedonista y delincuente, a lo que se añade una dilatada agonía final. El largometraje, galardonado en el Festival de Cine de Berlín de 1986 “por su contribución visual”, se beneficia, sorprendentemente, del toque desvencijado y austero de la producción. Ese parece ser uno de sus extraños aciertos porque fija la atención en los personajes y permite además un alarde de iluminación que recuerda por momentos al estilo de aquel genio de los pinceles, maestro del claroscuro, artista prodigioso en la representación de los efectos de la luz. Caravaggio fue además un constante vehemente en sus emociones, lo que le conducía, según se deduce de sus varias biografías, a batirse en duelo y meterse en refriegas bajo cualquier pretexto por absurdo que este pareciera. Pero al mismo tiempo era el protegido de una especialmente intimidante, estricta y poderosa jerarquía eclesiástica romana que, interesada en parte por lo cruento de sus escenas pictóricas, le ofreció sustento a través de encargos y le brindó con frecuencia infalible y necesaria salvaguarda o simplemente contribuyó por inacción a que se mirara para otro lado. Esa protección se habría extendido hasta sus últimos días: mucho se ha especulado durante años sobre su fatalidad postrera, sucedida en un largo y forzoso exilio de la capital, pero se suele convenir que una bula papal habría intercedido para revocar la pena de muerte que sobre él pendía. Caravaggio, de quien se conserva poca obra y no practicaba el boceto[1], se servía para su trabajo y vida de ocasionales asistentes personales y modelos callejeros, formando algo así como una inestable y heterodoxa cuadrilla. Vaya todo ello aparejado a que era una estrella de su tiempo y lugar, aunque reputado y repudiado casi a partes iguales. No le faltaron mecenas ni enemigos, escándalos y éxitos. En la película de marras el protagonista maneja un cuchillo con una llamativa inscripción en su gruesa y afilada hoja: Nec Spe Nec Metu (ni esperanza ni miedo). El arma, que sirve de alguna manera como semblanza de su carácter y está presente en las diferentes elipsis de tiempo de la película, no funciona únicamente como una inquebrantable declaración de principios y una extensión del personaje en forma de objeto sino también como una amenaza constante durante la trama. La máxima ha sido usada a lo largo de la Historia y se la suele relacionar principalmente con la marquesa Isabella d’Este Gonzaga, gran mecenas del Arte durante el Renacimiento inmortalizada en retratos de Leonardo y Tiziano y quien la habría usado como uno de sus emblemas, de lo que existe constancia en algunos escritos y, sobre todo, en el techo del que fuera su palacio en Mantua. A otro prenda, Felipe II, debió gustarle mucho aquella expresión porque la utilizó con frecuencia. Es bien probable el origen estoico de tan febril consigna, subrayada esta creencia por encontrarse referida en la obra de Séneca ‘De Constantia Sapiensis’ aludiendo al tesón del hombre cultivado frente a las contrariedades, o en algunas de sus cartas en la forma “non espes, non timor” para ensalzar el valor de la amistad verdadera[2]. Después y sobre todo a partir de su utilización por la marquesa de Mantua ha sido retomada o adaptada por diferentes escritores, autoridades, documentos, poblaciones e instituciones, apareciendo igualmente en sus diversas formas en arquitecturas, blasones, pinturas y representaciones. El cuchillo de Caravaggio, posiblemente inspirado por los varios que plasmó en sus pinturas, es una de tantas licencias dramáticas de la película aunque, si atendemos a las tropelías que se le atribuyen o de las que se tiene constancia, el pintor debía tener frecuentemente una daga o espada a mano. Pero, de cualquier manera, esa existencialista inscripción latina en una herramienta afilada viene a querer definirnos la actitud vital y artística del personaje.

Eso me hace recordar otro objeto cinematográfico, aunque esta vez casi anecdótico. En ‘Viridiana’ (1961) aparecía brevemente una navaja con empuñadura en forma de crucifijo, brevedad que no le restaba suponer una tremenda osadía entonces frente a las imperantes hordas católicas, uno de tantos elementos que contribuyeron a que la irreverente película fuera censurada en una España todavía presa de extremas tinieblas políticas, mientras era laureada en Cannes. Al mismo tiempo se prestaba a interpretaciones varias para espectadores, críticos y estudiosos de la obra de Buñuel, acostumbrados a buscar siempre tres pies al gato para todo lo relacionado con uno de los surrealistas más célebres. Sin embargo aquel artículo no fue ideado por la intrincada agudeza de Buñuel. Resultó del azar de la casualidad, adquirido por su amigo Emilio Sanz De Soto y el director Carlos Saura mientras se dirigían a visitarle. Cuando lo compraron sabían que a Buñuel le fascinaría ese regalo improvisado. Y sí, le hizo tanta gracia que lo incluyó en la película. Pero esto lo contaba mejor el propio Sanz De Soto en declaraciones a Televisión Española[3]: "Fui varias veces al rodaje de Viridiana. Pero creo que fue la primera vez, Carlos Saura y yo habíamos pasado antes por Chinchón y allí había un anciano que vendía unas navajas en forma de crucifijo. Entonces nos pareció una bestialidad ibérica y compramos una de esas navajas y se la llevamos a Buñuel. Llegamos al rodaje y, en una escena en que Francisco Rabal salía de una casa al exterior, Buñuel le hizo mondar con ella creo que una naranja o una manzana para que el operador lo tomara en primer plano. Cuando la película se estrenó en París el crítico nada menos que de Le Monde, Jacques Baroncelli, dijo que toda la clave de la película, toda la simbología de la película, estaba en el plano de la navaja-crucifijo. Y a partir de entonces Buñuel nos decía siempre a Carlos Saura y a mí que por favor le regalásemos algún objeto para que sus películas fueran comprensibles." En realidad la navaja aparece en una escena de dormitorio en la que el personaje interpretado por Rabal curiosea algunos objetos de su padre fallecido y sobre aquel en concreto comenta sorprendido “-¡Que idea! ¿Dónde encontraría esto mi padre?”. Emilio Sanz De Soto, mejor destacarlo antes de pasar a otra cosa, fue todo un personaje culto y bon vivant, anfitrión en Tánger de los escritores de la generación beat, recurrente director artístico en las películas de Saura, profesor de cine en universidades estadounidenses y articulista, entre otros menesteres dispersos. Un verdadero pozo de ricas anécdotas que se perdieron con su fallecimiento pues nunca llegó a escribir sus, según contaba Vicente Molina Foix en el obituario que escribió para el periódico El País, siempre aplazadas memorias.

A propósito de esa idea del objeto trivial como posible símbolo se puede mencionar una prenda que exhibe Shirley MacLaine en ‘Como Un Torrente’ (1958), película basada en una denostada novela de James Jones, quien también fuera autor de otras historias llevadas al cine como ‘De Aquí a La Eternidad’ y ‘La Delgada Línea Roja’, todas ellas semiautobiográficas. Si aquellas estaban basadas en sus experiencias bélicas, tema central de su trabajo (no en vano fue militar condecorado con honores), en este caso se inspiraba en la integración a la vida civil y retorno a su pequeña localidad de Illinois, que en la vida real abandonaría para fundar una fallida colonia utópica para artistas antes de instalarse definitivamente en Francia. El personaje de MacLaine hace las veces de revulsivo luminoso de los dos granujas interpretados por Frank Sinatra y Dean Martin, ilustres integrantes de ese grupo de amigos conocidos como el “rat pack” (hatajo de ratas) que solían aparecer en las películas como trasuntos de los individuos camaradas y golfantes que eran en la vida real, dotados de algunos matices que se antojan detestables pasados por el filtro actual. Vincente Minnelli, director de este melodrama aunque habitual también del género musical, era exquisito en los detalles y daba tratamiento esencial a toda la puesta en escena. Aquí se dotaba a la protagonista de un inseparable bolso, quizás una especie de alter ego en forma de objeto del personaje, a la manera de un mundano retrato psicológico, presumiblemente una muestra de su faceta ensoñadora e inocente a pesar (o a raíz) de la crudeza de su vida. El inseparable bolso en cuestión era un perrito de peluche que, dotado de sendos espejos en el reverso de sus orejas caídas, le servía para maquillarse en cualquier circunstancia. Parece un elemento insignificante, pero en tal escenario puede contribuir a poner acento sutil sobre el carácter abusivo de las varias situaciones desafortunadas, desdeñosas, machistas, también clasistas si se quiere, insensibles al fin y al cabo, que la vida reserva para quienes se desenvuelven como Ginnie Moorhead, que así se llama el personaje, una especie de precursora de aquella Irma La Dulce que también daría satisfacciones a su misma intérprete (ambas le reportaron sendas de varias candidaturas al Óscar que solo obtuvo muchos años después). Ginnie, aunque tiene su reverso en la maestra interpretada por Martha Hyer (en la que fuera su única nominación al Óscar), se revela en algunos momentos, al tiempo que arrastrada por su deriva en todos los sentidos, como la más natural de aquella historia. Pero sin que eso juegue en su beneficio, cosas de algunos particulares afanes, para el caso el más claro aporte de genuino lirismo febril típicamente minnelliano de aquel escenario, aquí en extraña sintonía con la búsqueda de verdad humana post-belicista de James Jones. Eso viene a ser secundado no sólo por los matices de la excelente interpretación sino también por la caracterización y enseres y el marco en que se desenvuelve. El atrezzo, incluso el elemento más anodino, suele jugar un papel importante en el calado progresivo de la trama sobre la psique del espectador. Por ejemplo, como aparece reflejado en algunas de las muchas revisiones habidas y por haber sobre la saga El Padrino, la presencia de naranjas en algunas de sus escenas parecía advertir de una muerte inminente. Y en cuanto al vestuario podría mencionarse como otro claro paradigma la chaqueta de piel de serpiente[4] que lucía Sailor Ripley, sujeto inventado por el escritor Barry Gifford y trasladado a la pantalla por David Lynch en la película estrenada en 1990, ‘Corazón Salvaje’. El mismo protagonista se encargaba de apuntar durante el metraje, no una sino dos veces, que “representa mi individualidad y mi fe en la libertad personal.” Todo ello advierte que en el cine, como sucede en otras artes o incluso en el día a día, lo banal no es necesariamente insustancial. Ya lo decía una letra popular: “Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas…”

Y escribiendo sobre objetos de cine no puedo evitar acordarme del descubrimiento casual de un interesante Museo del Cine de Girona. La ciudad, de la que poco sabía antes de poner un pie, se convirtió en una destacable sorpresa. Estaba allí para un evento que no viene al caso pero en aquel satisfactorio deambular solitario, afrontado sin recopilar información ni mirar mapas ni saber del clima ni algún otro plan premeditado para no ponerle trabas a la suerte, me topé finalmente con ese regalo, como ya me sucediera (aventuras más o menos afortunadas aparte) con, por ejemplo, los inesperados hallazgos del Museo del Juguete de Figueres o la planta dedicada a los grabados del Museo Goya de Zaragoza. En uno de los espacios del Museo gerundense que refiero reposaba una vitrina con objetos de cine propiedad de una coleccionista privada local. Entre otros cachivaches igual de curiosos se encontraban la carta del restaurante que aparecía en ‘Pulp Fiction’ y un traje dorado que lució Marilyn Monroe.  

Pero voy a terminar esto aludiendo a ese famoso músico fallecido el año pasado y cuyas tropelías musicales y particular voz acompañó diversos instantes personales perdidos en el tiempo, la mayoría ya olvidos, y quien tomó prestado su apellido artístico de un cuchillo, David Bowie (nombre de nacimiento David Jones), el mismo que protagonizaba junto a Catherine Deneuve[5] aquel preciosista artificio vampírico de diseño excesivamente publicitario y virtuosa iluminación llamado ‘El Ansia’ (Tony Scott, 1983) en el que ambos portaban colgantes con pequeños puñales disimulados como cruces ansadas (que en la simbología funeraria egipcia vendrían a significar vida eterna), de nuevo otra cruz punzante, que servía a los personajes para asestar la precisa herida mortal que permitiera succionar la sangre rejuvenecedora de sus víctimas. El Museo londinense de Diseño Victoria & Albert le dedicó al artista, aprovechando su vuelta a la música en 2013, una exitosa exposición de memorabilia perteneciente a toda su influyente carrera, muestra que se hizo itinerante y recaló recientemente, no sin algún desdén ortodoxo, en el Museo del Diseño de Barcelona. Además están por publicarse varios libros biográficos, el primero de ellos cubriendo sus años de excesos desenfrenados. Todo lo cual, sumado a sus dos últimas grabaciones y deceso, contribuye a poner en perspectiva a través de los medios su dilatada carrera, algo que no es baladí para algunos iconos musicales que, a lo largo de los años ochenta, parecieron perder progresivamente capacidad de riesgo, quizás no sólo por desgaste o comodidad sino también espoleados por el negocio y las modas, entre otras cosas. Echemos la vista atrás al colofón de la que fue una de sus más brillantes fases: Bowie, entonces disfrazado del personaje de su creación Ziggy Stardust en el recital del londinense Hammersmith Odeon un 3 de Julio de 1973, filmado para la posteridad bajo la dirección de D. A. Pennebaker (conocido también por otros logros como el documental ‘Don’t Look Back’ sobre Bob Dylan), se despedía, al igual que en el álbum, con ‘Suicida del Rocanrol‘, canción que narra la decrepitud de una estrella musical y que empieza con estas dos líneas: “El tiempo coge un cigarrillo, lo pone en tu boca/Tú sacas un dedo, luego otro dedo, luego el cigarrillo.” Es decir, puesto en otras palabras, la vida que se va yendo como humo. Más vale disfrutar cada calada posible, añado. Aunque para el caso quizás es más apropiado revisar su conmovedora interpretación acústica en el mismo concierto de ‘My Death’ (Mi Muerte), versión de una canción del repertorio de Jacques Brel. Toda esa temática decadente estaba relacionada con la historia que se contaba en aquel extraordinario álbum, el auge y caída de Ziggy. Pero se antoja evidente, al escucharlas en el contexto de ese final de gira, que Bowie había decidido ya desprenderse del personaje, que no de su carrera como había declarado interesadamente en algunas entrevistas.

En relación a esto me viene a la cabeza un burdo recuerdo personal. Hace ya más de un año, algunas noches después de conocer la noticia de su muerte, fui a una sala de conciertos que se encuentra cerca de mi domicilio. A veces funciona únicamente como discoteca y a primera hora se puede tomar tranquilamente una cerveza. Ponen buena música y todavía es posible conversar, momentos antes de que empiece el gentío, algo que, por su tipología comercial y situación periférica, se demora e implica el fin de jornada de otros negocios nocturnos. Al cabo de un rato, decidiendo si marcharme o tomar otra, les pedí una canción de Bowie y, aunque asintieron, pronto se olvidaron entretenidos con asuntos más prácticos como preparar el material para la hora punta. Cuando llegué a casa me serví un trago y, para resarcirme, escuché uno de los dos únicos cedés de Bowie que han resistido mudanzas y vida. Seguidamente me fui durmiendo con su magnífica última grabación cuasi-póstuma de fondo, pero reproducida ya en versión informatizada. Mientras caía en el sueño, y a colación de haber escuchado a cierto pintor célebre hablar unos días antes en televisión sobre la importancia de lo nimio, iba haciendo un inventario mental de algunos objetos que acumulan polvo en una estantería de casa: una pequeña jaula de pájaro vacía y con la puerta abierta, un paquete de tabaco que un amigo me trajo de uno de sus viajes, una cajita de cerillas que me regalaron en Ámsterdam, un vasito para sake sustraído de un restaurante japonés, un antiguo juego de boxeo de lata comprado en el mencionado Museo del Juguete, una botella de vino firmada recuerdo de una despedida importante, un curioso bote de perfume vacío de una ex-pareja, una enorme caracola de mar recogida en una playa argentina, una postal recibida, un cuadrito diminuto… Etcétera. Como la música, preservan pequeñas pero valiosas parcelas privadas de memoria. Como las fotografías.

Juan Pedro Salinero, Septiembre del 2017.

1.- Se siguen produciendo de vez en cuando hallazgos relacionados con Caravaggio, pero por su gran valor provocan enorme reticencia y burocracia. En 2012 se intentó acreditar el descubrimiento de cien dibujos de juventud (http://www.giovanecaravaggio.it/), rebatida su autoría por algunos expertos. Más beneplácito se otorgó a un cuadro encontrado el año pasado por casualidad, gracias a unas humedades, en el diván de una casa cerca de Tolouse o una Magdalena identificada en 2014 en una colección particular. Asimismo se anunciaba como finalmente avalada por expertos la localización (y consiguiente macabra exposición al público) de los huesos del pintor en el costero pueblo de la Toscana donde se suele coincidir encontró la muerte, aduciendo además como causa definitiva de esta una fiebre derivada de la sífilis, agravada por una insolación circunstancial y el saturnismo que padecía, enfermedad que solía afectar a los pintores por el plomo de los pigmentos. Y es que el fallecimiento del pintor ha sido objeto de varias hipótesis, por un tiempo la malaria como la más aceptada, aunque también se alegaron en otras ocasiones causas como una emboscada, una pelea, asesinado para robarle sus pinturas, ajusticiado clandestinamente por los Caballeros de Malta con ayuda del Vaticano, etcétera. Por lo que respecta a la ausencia de bocetos en el método de trabajo de Caravaggio es materia de consenso su uso, en mayor o menor medida, de la cámara oscura. Y en cuanto a su tan comentada sexualidad, que guarda relación con la temática de algunas de sus pinturas y encargos y además seguramente tuvo su relevancia para Derek Jarman, en este breve texto me ha parecido innecesario (además de reduccionista) redundar una vez más sobre ese tópico.
2.- Fuente: LÓPEZ POZA, Sagrario, "«Nec spe nec metu» y otras empresas o divisas de Felipe II", en Rafael Zafra y Javier Azanza (eds.), Emblemática trascendente, Universidad de Navarra, 2011, pp. 435-456. (http://www.bidiso.es/slp/necspenecmetu.pdf)| BIDISO [Biblioteca Digital del Siglo de Oro en línea]. (http://www.bidiso.es/)
4.- La chaqueta estaba probablemente inspirada en la que portaba el personaje de Marlon Brando en una película coprotagonizada por Ana Magnani y escrita por Tennessee Williams, titulada en España ‘Piel De Serpiente’, originalmente ‘The Fugitive Kind’ (Sidney Lumet, 1960).
5.- En la magnífica ‘Belle De Jour’ de Buñuel, protagonizada por Catherine Deneuve, aparecía una cajita de contenido misterioso que quizás fuera inspiración para el maletín de ‘Pulp Fiction’. Y por supuesto una referencia más obvia que la de ‘Viridiana’ sería la navaja de barbero que aparecía en aquella impactante escena de ‘Un Perro Andaluz’. En cuanto a Shirley MacLaine, comentar que desde aquella película juntos solía alternar de vez en cuando con el "rat pack" como una más. Y siempre se mostró entre genuina y socarronamente agradecida a Frank Sinatra por haberle facilitado robar el favor de público y crítica en aquella película. El papel le valió su primera nominación al Oscar y se mantuvo como uno de los más valorados de su carrera. Otra que frecuentaba la pandilla de amigos era, como no, Ava Gardner, el amour fou de Frank. Igualmente tenía cabida en esas reuniones, aunque dicen que menos paciente ya para aguantar semejante compañía, Lauren Bacall, pareja del verdadero fundador de la pandilla, Humphrey Bogart. También Liza Minelli, hija de Vincente Minnelli y Judy Gardland, se unió al clan en algunas actuaciones. Y por cierto, ya que aquí se nombraron algunos espacios expositivos fuera de los cánones artísticos, el londinense museo de las marcas (cercano al mercado de Portobello) tiene una curiosa exposición permanente de objetos comerciales significativos de décadas recientes, a la manera de un túnel del tiempo de la era consumista.

Fotografía: ‘Equipaje de bolsillo’, J. P. Salinero.

[*Este texto estaba destinado a un magacín cultural online que desapareció sin más. Fue ofrecido entonces a otras webs culturales, con respuestas desiguales pero nunca satisfactorias.]