miércoles, 28 de marzo de 2018

Nuestra Señora de las Cenizas



"Río de Janeiro: 15 kilómetros. Un hedor acre y nostálgico de aguas residuales invade mis sentidos y me despierto de golpe, entrecerrando los ojos ante la animada mañana de un mundo de fantasía.
Aquí las señales de tráfico deberían decir: Abandonad toda esperanza.
Unas columnas de humo negro se alzan como dedos larguiruchos de bruja que avisan con gestos por encima de hectáreas de deprimentes casuchas con tejados de hojalata.
El patio trasero del diablo; chabolas y edificios de ladrillo sin fachada, tiznados de hollín, destartalados; nubes de humo ondean desde grises chimeneas torcidas contra un cielo azul plano plagado de buitres que vuelan en círculos; fragmentos desolados de fábricas hundidas en el desierto cieno rojo como dientes rotos en la boca abierta de un cadáver desnutrido; páramos infernales que se extienden sin fin.
Éste no es el Río de Janeiro de la frívola memoria de mi juventud: una ciudad melancólica de paisajes de verdes montañas, de sueños de sonrientes y sensuales mulatas bailando samba. Ni rastro queda de las espumosas aguas azules de aquellos días tropicales saturados de sol, ni de aquellas húmedas e intermitentes noches de putiferios.
No. Éste no es el lugar que conocí. Este circo de los horrores infestado de pobreza es una depravada masacre del alma. Arden a lo largo de una polvorienta carretera al infierno hogueras de basura envueltas en una humareda negra como pedos expelidos por mil años moribundos. Esqueletos descamisados de lo que en su día fueron hombres, un hormiguero de espíritus condenados se echan a las espaldas derrotadas y correosas cargas imposibles de una hilera de camiones que escupen humo al ralentí; chuchos escuálidos se dan salvajes dentelladas con los colmillos rojos en pequeños círculos viciosos sobre este césped torturado, estéril, urbano.
Infierno. Pienso en el terrible Inferno de Dante mientras contemplo la infinidad de viviendas apagadas, de ladrillo hueco color mierda, y me pregunto si no me habré muerto en los eriales de las frenéticas selvas malarias, en algún punto entre Ciudad de México y esto.
¿A ver si esto es el infierno? 
¿Es que ahora soy un fantasma? 
Bueno, pues si por fin he llegado al Pozo del Abismo, Dios y el Diablo saben que hay un lugar reservado para Ignacio Valencia Lobos. 
Dios y el Diablo saben que tengo una buena pandilla de amigos en el Otro Lado.
Movido por oleadas de progresivo espanto, miro a mi alrededor a medida que nos absorbe un remolino triturador fruto del tráfico de primera hora de la mañana, el paisaje convertido en una eterna vorágine traqueteante de bocinazos, tartanas histéricas, un abanico inimaginable de salpicaduras de óxido, polvo y deterioro, pasando a toda velocidad entre camiones y buses estruendosos y pesados, abarrotados de masas de pecadores de semblante aburrido condenados a perpetuidad, malditos.
Me asfixio con la acre pestilencia de averno del sulfuro y el azufre; negros vapores venenosos arrojados en nubes de flatulencia deyectada sin amortiguación alguna; una visión perfecta del Día del Juicio en el Infierno, envuelto en un grasiento rocío gris tóxico.
¿Qué le han hecho a mi hogar?
¿Dónde coño está Río de Janeiro?
Primera hora de la mañana en el Infierno; una ciénaga mierdosa de monótonos, opresivos presagios, apuros y conflictos, en algún punto de los infaustos y olvidados arrabales de Babilonia: Río de Janeiro, Ciudad de Dios, en el Año 2006 de Nuestro Señor."

'Narcisa: Nuestra Señora de las Cenizas'