jueves, 18 de julio de 2024

París era una fiesta



En 1925 tanto Buñuel como Vicens llegan a París. Ninguno de los dos tiene ni la más remota idea de lo que va a ser de ellos. Los dos, 25 y 30 años respectivamente, adinerados. Época de grandes farras, de las que quedan numerosos testimonios. Buñuel: "Andábamos de tasca en tasca o de cabaret en cabaret con Juan Vicens. Juanito, hijo único, tenía mucho dinero. A mí mi madre me mandaba el que yo quería. Vivimos como turcos, según dicen los franceses. íbamos a algún bisfró, que tienen todas las botellas puestas en fila, y empezábamos por la primera y acabábamos más allá de la veinte. Entonces tuvimos la idea de poner un cabaret. Vicens tenía dinero, y yo fui a Zaragoza a ver a mi madre, que no quiso de ninguna manera". Manuel Ángeles Ortiz: "En esa época, tanto Vicens como Luis eran señoritos y eran muy enamoradizos. Sí, venían a divertirse. Y es cuando Juan Vicens quería colocar dinero que tenia, El padre de Jeanne Rucar [la futura esposa de Buñuel] era contable, creo, no recuerdo bien, pero parece que fabricaba artículos de goma, y nosotros le gastábamos la broma a Vicens diciéndole que eran preservativos. No recuerdo si era verdad. Pero la cosa es que le decíamos que iba a poner toda su fortuna en una fábrica de preservativos". Otra vez Buñuel: "Por aquel entonces, La Closerie des Lilas no era más que un café al que yo iba casi todos los días. Al lado estaba el Bal Bullier que frecuentábamos con bastante asiduidad, siempre disfrazados. Una noche yo iba de monja. Era un disfraz excelente, no le faltaba detalle, hasta me puse un poco de carmín en los labios y pestañas postizas. Íbamos por el boulevard Montparnasse con unos amigos, entre ellos, Juan Vicens, vestido de fraile, cuando vemos venir hacia nosotros a dos polícias. Yo me pongo a temblar bajo mi blanca toca ya que en España estas bromas se castigan con cinco años de prisión. Pero los dos policías se paran sonrientes y uno me pregunta muy amablemente: -Buenas noches, hermana, ¿puedo hacer algo por usted?" Porque, para mayor gloria de la farra, en aquel momento el franco, por alguna devaluación, estaba a un cambio bajísimo. Una botella de champaña, once francos, es decir, una peseta. Además, las parejas se besaban en la calle, algo imposible de ver en España, y podían vivir juntos sin las bendiciones. París era entonces también la capital indiscutible del mundo artístico. Se decía que había cuarenta y cinco mil pintores. Y no pocos, españoles: Picasso, Juan Gris, Cossío, Borés, Manuel Ángeles Ortiz, Joaquín Peinado, Hernando Viñes ... En 1924 se publica el primer Manifiesto Surrealista. Juan Vicens y María Luisa González, un tanto presionados por las respectivas familias, se casan a las tres de la tarde de un día de 1926, en un pueblito de la Sierra de Gredas: Becedas. Una boda oculta e íntima oficiada por un cura amigo. Más de sesenta años después, María Luisa, preguntada sobre qué es lo que le había llamado la atención en Juan, respondería: "Era que tenía medios para vivir. Los otros amigos no. El tenía un capital y podía vivir divinamente. Yo era bibliotecaria. Pero ya me planteaba la cuestión de si me casaba, si trabajaba o no trabajaba … El quería que no trabajara. Yo no me casé muy enamorada. Todos decían que tenía suerte. El público me hubiera matado si yo le digo que no". Viajan tres meses a Mallorca y, al regreso a Madrid, deciden comprar un molino de harina en Cifuentes, Guadalajara. La historia de lo que pasó se la narró María Luisa a Natacha Seseña: "Pero como teníamos unas ideas avanzadas, bastante socialistas, les subimos a todos los salarios de tal forma que perdimos todo el dinero". A los seis meses vuelven a Madrid. Juan Vicens era un culo de mal asiento. Especialmente cuando lo que le planteaban era algo donde la cultura y el conocimiento de las gentes estuviera en juego. Inmediatamente se apuntaba. Y surgió a qué apuntarse, y en París. León Sánchez Cuesta, que había vivido en la Residencia de Estudiantes entre 1917 y 1 922 Y allí había conocido a Vicens, abrió una librería en 1924 en Madrid. Experimentado en libros de importación, será el proveedor de la mayoría de los escritores, artistas y profesores universitarios de la época y también suministrador de los libros españoles a universidades, librerías y bibliotecas extranjeras. Por ello es denominado "el librero de la generación de1 27". En ese camino del libro extranjero y del libro para extranjeros, abrió a fines de junio de 1927 en París, la Librairie Espagnole, para ofrecer a la colonia hispanoparlante sus servicios y poder acceder directamente a las publicaciones extranjeras demandadas por sus clientes. Instalada la librería, Sánchez Cuesta regresa a Madrid, quedando a su cargo su nuevo socio: Juan Vicens. Allí trabajaría Jeanne Rucar, compañera de Buñuel: "Juanito Vicens era el dueño de la Librería Española de la calle Gay-Lussaco Luis me puso a trabajar ahí como vendedora, mi sueldo eran trescientos francos al mes. Un día, revisando los libros de caja no vi mi salario apuntado: -Juanito, ¿por qué no aparezco en la nómina? No me miró al responder: -Es Luis quien me da tu sueldo, Jeanne. Del coraje me enfermé del estómago, por supuesto, no me atreví a decirle nada a Luis, simplemente no acepté un centavo más de él." La librería se convierte en lugar obligado para todos los españoles de paso o residentes en París. Allí estará Salvador Dalí visitando a Juan y María Luisa, sus amigos madrileños. Y allí irán los amigos de los amigos. Así lo recordaba María Luisa: "Había aquí en Madríd un librero que se llamaba León Sánchez Cuesta, que estaba en la calle Mayor, en un piso. Era el librero de toda la gente universitaria y él se casó con la hermana de la mujer de Salinas, el poeta, y estas dos chicas eran argelinas. León Sánchez Cuesta tenía la libreria e íbamos muchas veces a ver las novedades, y a mi marido, que estaba buscando trabajo porque se aburria de no hacer nada, le dijeron la gente de la Residencia: 'Lo que tienes que hacer es asociarte con León. Hacéis una librería y editorial en Madrid, París, Nueva York'. Y mi marido y yo dijimos 'eso es magnífico', y nos fuimos a París. Allí pusimos la librería y tenía, no el nombre nuestro, sino de León Sánchez Cuesta. Tuvimos la librería en la rue Gay-Lussac, muy cerca de La Sorbona, de las editoriales y de todo eso. En nuestra librería han estado Breton, Louis Aragon (éramos muy amigos de él y de su mujer), Paul Eluard, otro amigo que se me ha olvidado... Todos los surrealistas estaban allí y eran amigos nuestros. El surrealismo en aquella época consistió (después ha pasado por Freud y todo eso) en la ruptura de la cosa oficial". En junio de 1929 Buñuel y Dalí (como coguionistas) estrenan en París un puñetazo en forma de película: Un chien andalou. Doce meses después, otro puñetazo: L 'age d 'oro- El 22 de octubre de 1930 los vizcondes de Noailles organizan un pase privado de La edad de oro en el Cinéma du Panthéon, al que invitan a 300 personas: Cocteau, Picasso, Gide, Brancusi, Malraux, Giacometti, Bataille, Duchamp... El gran ausente fue Buñuel, que regresó a París unos días más tarde. Juan Vicens le contó detalladamente lo ocurrido. Muchos de los aristocráticos amigos de los vizcondes se habían sentido tan indignados por la película que se marcharon sin decir una palabra a sus anfitriones y se negaron a asistir a la recepción ofrecida por éstos después de la proyección. Lo peor vendría después, cuando se prohibe la película, y sólo es distribuida por Gaumont a partir de junio de 1981. Cincuenta y un años después de estrenada. El pintor Joaquín Peinado hablaría con Max Aub de aquellos años, mucho más tarde: "Vicens ya venía un poco arruinado, había vendido su molino y se metió en la librería, y un hombre tan honrado no podía ser nunca un comerciante floreciente, ¿no crees?".


[Juan Vicens, un bibliotecario republicano]