martes, 7 de enero de 2014

Camille


Camille Claudel, ¿1884? (Photographie: CESAR H. 30, Rue Delambre. PARIS.)

Recientemente se estrenó una magnífica película interpretada magistralmente por Juliette Binoche que refleja unos días del encierro de la escultora Camille Claudel (1864-1945) en el sanatorio de Montdevergues, donde se vió confinada por intervención de su familia como consecuencia de su comportamiento llámese errático, desgarrado, visceral, o si se quiere inestable. El caso es que una de las artistas más reseñables de su época pasaría el resto de sus días encerrada en varias instituciones mentales, incluso en oposición a la recomendación médica que pasado un tiempo prudente indicaba la necesidad de que recuperase su libertad y comenzara a readaptarse. La desgracia de Camille comenzó no cuando se enamoró perdidamente de Rodin mientras trabajaba en su taller, correspondida durante un tiempo pero a la larga rechazada en favor de la mujer que serviría siempre al reconocido escultor, ni cuando ella misma comenzó a destruir su propia obra que ya vendía bien y empezaba a tener consideración (aunque ignorada mucho tiempo por la Historia oficial del Arte). La desgracia de Camille comenzó cuando falleció su padre, el único de su familia que la protegió y apoyó realmente en sus pretensiones artísticas y que se negó mientras vivió al confinamiento de su hija. Después sería ignorada de por vida por su madre y el resto de su familia si exceptuamos a su hermano, el diplomático y escritor Paul Claudel, el único que la visitó en su encierro pero que a su vez desoyó las sugerencias de los médicos y que con toda la vehemencia de su conversión al catolicismo no le perdonó sus varios abortos entre otros escándalos. Un tipo que tenía prestigio en su época pero que a la larga y a la vista de los acontecimientos se muestra fanático y a todas luces mediocre en la atención a su hermana. Se deduce, en cualquier caso, de toda la historia recogida y del par de películas sobre ella (existe también aquella otra interpretada por Isabelle Adjani y Depardieu), que no sólo el carácter, comportamiento y vicisitudes de Camille arruinaron su vida sino también, entre otros factores, el recelo, moralismo y egoísmo de su familia, deseosa de evitar relacionarse con ella o su forma de vida y desbordados por su temperamento. Camille no escribió más reflexiones que en forma de carta, correspondencia en la que a veces implora, delira, se confía o ajusta cuentas con su realidad pero que parece obeceder en el fondo a la desolación y la esperanza de salir del trance. La siguiente carta es significativa en todos los sentidos de su situación y es a su vez fundamental en la escena principal de la película-homenaje de la Binoche y también citada en el final de la otra película.
Camille falleció sin salir jamás de su internamiento, olvidada ya por todos, sus huesos en una fosa común de donde nunca se pudieron recuperar a pesar del deseo de otros familiares más contemporáneos de brindarle un entierro digno.


Camille Claudel a Paul Claudel.
Montdevergues, 3 de marzo de 1930.

Querido Paul,

Hoy, 3 de marzo, es el aniversario de mi secuestro en Ville-Evrard: hace 17 años que Rodin y los marchantes me enviaron a hacer una penitencia a los asilos psiquiátricos. Después de apoderarse de la obra de toda mi vida sirviéronse de B. para ejecutar su siniestro proyecto y me hiceron cumplir años de prisión que bien se merecerían ellos.  
B. no era más que un agente del que se sirvieron para tenerte al margen y utilizarte para dar este audaz golpe que salió tal y como habían planeado gracias a tu credulidad y la de mamá y Louise. No olvides que la mujer de B. es una atigua modelo de Rodin: ahora ves la maquinación de la que fui objeto. ¡Qué bonito! ¡Todos aquellos millonarios lanzándose contra una artista indefensa! Ya que los señores que colaboraron con tan buena acción son todos más de 40 veces millonarios.
¡Parece que mi taller, algunos de mis pobres muebles, algunos útiles construidos por mí misma, mi pobre menaje aun excitaban su codicia! Como la imaginación, el sentimiento, lo nuevo, lo imprevisto que surge de un espíritu desarrollado les está vedado, cerrados de mollera, cerebros obtusos, eternamente ciegos a la luz, les hace falta alguien que les provea. Ellos lo decían: "Nos servimos de una alucinada para encontrar los temas".
Tendría que haber al monos algunos estómagos agradecidos que supieran compensar a la pobre mujer a la que despojaron de su genio. ¡No! ¡Una casa de locos! ¡Ni siquiera el derecho a tener mi propia casa!
(...) Parece que el principal beneficiario de mi taller es el Señor Hébrard, editor de obras de arte, calle Royale. Allí se precipitaron todos mis bocetos (más de 300). Parece que ya unos años antes de mi marcha de París, los bocetos que hacía de Villeneuve tomaban el camino de su casa (¿por qué milagro?, ¡Dios sabe!). Los encontré en su casa copiados en bronce y firmados por otros artistas, ¡realmente es muy fuerte! ¡Y condenarme a prisión perpetua para que no reclame!
Todo esto sale del fondo del cerebro diabólico de Rodin. Sólo tenía una idea, que cuando él muriera yo podría alzar vuelo como artista y llegar a ser más que él: era preciso que consiguiera tenerme en su garras después de su muerte igual que su vida. Era preciso que yo fuera desgraciada muerto él igual que vivo. ¡Lo ha conseguido punto por punto, porque lo que es desgraciada lo soy! ¡Puede que no te importe mucho pero lo soy!
(...) Estoy muy aburrida de esta esclavitud. Me gustaría mucho estar en mi casa y cerrar bien la puerta. No sé si pueda realizar ese sueño, estar en mi casa.
(...) No tengo noticias de tus hijos.
Muchos saludos para ti y tu familia.
C.




Camille Claudel, Montdevergues. ¿1935?